A raíz de una «clavada» sufrida por una pareja en un chiringuito de Formentera, donde les cobraron más de 300 euros por un pescado al horno y una ensalada, proliferan testimonios de gente que al llegar la cuenta de algunos restaurantes, si no ha salido corriendo ha sido por el guardia jurado de la puerta. Todos sabemos que hay lugares intocables y que, si no sabes muy bien dónde estás, más vale que revises los precios antes de sentarte. En el caso del chiringuito de Formentera donde por lo visto te cobran nueve euros por una cerveza, los dueños justifican los precios por el entorno frente al mar y la categoría de los clientes ya que, al parecer, aquí viene el famoseo futbolístico, actores de relumbrón y habituales del Hola. Tener en la mesa de al lado a Robert de Niro, uno de los que se ha pasado por allí este verano, no tiene precio, o sí: 221 euros por un San Pedro al horno.

Esto de los precios, de todas formas, es de lo más relativo. En París encuentras normal pagar cuatro euros por una botella de agua, pero si te los cobran en el bar de la esquina de casa se la lanzas al camarero a la cabeza. El problema es cuando ni tienes a Beckham enfrente ni tu lubina es salvaje ni las natillas son caseras, pero es verano y ves al fondo de la calle un trocito de mar, y te sablean. Los que vivimos en ciudades turísticas sabemos que son muchos los establecimientos que tienen que hacer caja en verano para compensar el escaso negocio del invierno y asumimos que la ración de arroz frente al mar valga dos euros más que en febrero. Lo que no se puede admitir es que aprovechemos la llegada de los turistas para duplicar o triplicar el precio del plato.

Desconozco si los precios del chiringuito de Formentera son los mismos en cualquier época del año. No sé si su comida tiene calidad ni si el servicio es correcto. Sólo he leído que allí va la familia real de Dubai. Tampoco hay nada que decir de los estrellas Michelín no aptos para todos pero cuya calidad es incuestionable. Lo malo son el resto; esa legión de restaurantes repartidos por este país que aprovecha la llegada de turistas para hacer su agosto encareciendo mediocres productos en un intento de trabajar tres meses y ganar para un año. Así, al final, no habrá quien nos salve la temporada.