El cabo Adolf Hitler no habría llegado hasta donde llegó para desgracia de la humanidad sin el concurso de la gran industria alemana y la connivencia de la casa de los Hohenzollern, a la que pertenecía el último emperador de Alemania, obligado a abdicar a raíz de la Primera Guerra Mundial.

Pues bien, ahora los descendientes de esa casa, a cuyo cabeza está desde 1994 el príncipe Jorge Federico de Prusia, exigen ser indemnizados por las expropiaciones padecidas por sus antepasados tras la ocupación soviética de la antigua Alemania oriental.

Desde la reunificación alemana se ha producido una especie de recuperación nostálgica de los Hohenzollern con el transporte hasta el palacio de Sanssouci, en Potsdam, de los restos de Federico el Grande de Prusia, la polémica decisión de reconstruir el castillo que los monarcas de Prusia tenían en el centro de la capital alemana y la publicación de numerosas biografías y libros de historia dedicados a esa dinastía.

La República Federal alemana rechaza en cualquier caso la reclamación de los herederos aduciendo las excepciones que prevé la ley según las cuales no pueden atenderse aquellas reclamaciones de aquellas personas o sus sucesores que hubieran «apoyado activamente el sistema nacionalsocialista o el comunista en la zona de ocupación soviética o en la República Democrática Alemana».

Es decir que la ley equipara a esos efectos dos regímenes ideológicamente tan distintos como el Tercer Reich y el de la RDA, aunque, como señala no sin ironía el historiador Stephan Malinowski en un artículo publicado en el semanario Die Zeit, resultaba difícil encontrar a alguien que hubiese favorecido el comunismo entre los Hohenzollern.

Sí que se investiga desde hace años, sin embargo, el apoyo que esa vieja dinastía prestó a la causa nacionalsocialista. Para los Hohenzollern se trata no sólo de verse indemnizados con dinero - se darían satisfechos con 1,2 millones de euros aunque de aceptarse su reclamación, podrían ampliarla a sus viejas propiedades en distintos «laender» del país- sino que está en juego también la reputación de la casa.

Y ésta está en entredicho si hemos de creer a algunos historiadores que creen demostrado que el príncipe heredero Guillermo de Prusia, hijo del último káiser, Guillermo II, coqueteó con el régimen nacionalsocialista.

Guillermo, que huyó con su padre a Holanda en 1918 para regresar del exilio cinco años más tarde, intentó evitar, a diferencia de su hermano pequeño, la militancia en el Partido Nacionalsocialista del Führer, pero, sostiene Malinowski, no rehuyó tampoco el contacto con los jerarcas nazis como Göring, Röhm y el propio Hitler, a quienes recibió ya en 1926 en su palacio de Cecilienhof, en Potsdam.

A principios de 1932 nos cuenta ese historiador, volvió a recibir al futuro Führer en su residencia y le hizo la propuesta de convertirse él mismo en presidente de la República y hacer canciller a Hitler, algo que aceptó este último.

Sin embargo, la idea fracasó después de que, desde su exilio, el exkáiser la rechazara: Guillermo II confiaba seguramente en poder volver al trono gracias a una alianza con los nacionalsocialistas, y su hijo aceptó la voluntad de su padre.

Poco después, el príncipe heredero publicó en un diario de Silesia un llamamiento a favor de Hitler, que se enfrentaba en la segunda vuelta al mariscal Hindenburg, algo de lo que se jactaría más tarde al afirmar que su apoyo al primero le había supuesto a éste al menos dos millones de votos.

Cuando el Gobierno prohibió más tarde a las SS y las SA debido a los enfrentamientos entre ambas formaciones, Guillermo de Prusia se dirigió al entonces ministro del Interior Wilhelm Groener, que no militaba en ningún partido, para pedirle que no ejecutara esa orden porque aquéllas contaban con «un estupendo material humano», que gozaba además de «una formación valiosísima».

En las cartas que envió a su padre, el príncipe heredero se refirió ya en 1928, escribe Malinowski, a la «brutalidad genial» del fascismo italiano de Mussolini, que había conseguido «erradicar por completo socialismo y democracia».

El 21 de marzo de 1933, con motivo del principal festejo por la instauración de la dictadura, el príncipe heredero se situó junto a su familia en la llamada iglesia de la guarnición de Potsdam, en la tribuna central, directamente detrás del trono vacío, como significando que un día se sentaría allí otra vez un emperador.

El heredero del trono utilizó también sus contactos internacionales para hacer propaganda a favor del nuevo régimen y en una carta que envió en 1933 a la famosa soprano y actriz estadounidense Geraldine Farrar justificó la persecución contra los judíos explicándole que habían expulsado a las elites cristianas y eran responsables de la crisis económica.

Había que darle tiempo «al führer genial Adolf Hitler» para que limpiara el país y el mundo entero terminaría agradeciéndole un día su lucha contra el comunismo internacional, le decía en aquella misiva.

Y tras una serie de triunfos militares del Ejército nazi durante 1940, Guillermo de Prusia consideró oportuno enviar a Hitler diversos telegramas en los que expresaba su entusiasmo dirigiéndose a él como «mi führer».