Cuando vas al hospital casi todo son pasillos.

Cuando vas al hospital empujando la silla en la que va tu madre los pasillos se vuelven túneles por los que transita el tren de la verdad.

Cuando vas al hospital hay personas con bata de celador o auxiliar que podrían haber sido grandes médicos y médicos que jamás habrían dado la talla como auxiliares de clínica. También ocurre que hay vigilantes, limpiadoras, celadores, auxiliares, médicos y enfermeros que trabajan por ellos y por los compañeros que trabajan peor y menos que ellos. Regalan el valor añadido de su humanidad a los pacientes (a pesar de que también hay pacientes y pacientes, pero todos lo son) por encima de sus condiciones laborales y problemas personales que a nadie cuentan, mientras que hay otros que no dejan de hablarte de las exigencias sindicales y de sus carencias descuidando a alguien que se derrumba del carrito tras haber venido con la hemoglobina por debajo de 7 ó hay otro al que se le cae de las manos -empeñado en cogerla él solo- una mujer mastectomizada que tendrá que operarse de nuevo para volver a colocarse la prótesis de pecho golpeada en la caída.

Cuando vas al hospital dependes de todos ellos convertido ya en los demás, ésos que viven o pululan a tu alrededor a los que sabías que les pasaban cosas: enfermaban o lo hacían sus familiares, les estallaba la agenda de todos los días entre análisis y pruebas determinantes, iban y venían por pasillos interminables subiendo y bajando plantas con cara de sueño para que les sellaran peticiones de citas o les recetaran medicamentos que han de ser visados por el sistema y otras necesidades, impelidos a veces por la urgencia, una y otra vez. Ahora recuerdas que también tú eres los demás cuando empiezas a notar que el suelo del hospital parece moverse como una cinta transportadora que te lleva cada vez más hacia lo que tenías destinado, aunque tú lo llames estadística o casualidad. Ya eres los demás. A todos nos convierte el hospital en los demás. No dejas de pensarlo cuando te cruzas con ellos de nuevo mientras caminas como si las ruedas de la silla de ruedas en la que llevas a tu madre también te llevaran a ti de un pasillo a otro, del laboratorio a la sala de rayos y de ahí a la consulta del internista y de ahí a la cafetería a desayunar algo€, aunque nadie tenga gana de desayunar.

Cuando vas al hospital aprendes a esperar. Y cuando la espera no es sinónimo de esperanza te vuelves silla, pared e incluso suelo. Mientras esperas y esperas tu turno para el médico o para que te informen de un diagnóstico más preciso o a que termine una prueba o algún procedimiento previo o posterior a algunas pruebas que requieren preparación y recuperación, procuras no mirar demasiado a los ojos de quienes esperan al lado para que no te los miren a ti y se asomen a la intimidad de tu abismo.

Cuando vas al hospital y esperas leyendo el periódico te importa un pito la noria del puerto€