En todo nacionalismo hay un componente de delirio, y esto se dice con respeto hacia otros componentes que lo merecen (como la afirmación de la identidad en un campo de fuerza uniformizadora). Por otra parte el delirio provoca angustia psicótica, es cierto, pero a la vez funciona como mecanismo de adaptación del sujeto a su desconcertante entorno, como ha elucidado Castilla del Pino («El delirio, un error necesario», Nobel, 1998). El problema del componente delirante del nacionalismo es que tiene gran expansividad, pues se expresa como una exacerbación del ego, y no hay ego que no aspire a la posesión de otros, al ser ese su destino manifiesto (nunca mejor dicho, ya que hablamos de ego nacional). Escuchar al delirio nacionalista-expansivo hablar por boca de ciudadanos de aspecto muy respetable, haciéndoles perder para siempre el apresto, es un impagable espectáculo antropológico.