No le ha pasado que una pareja tenga un crío y a la hora de buscarle parecidos llegue a la conclusión de que los que se parecen son los padres? Creía yo que esto era un insondable misterio como el de la Santísima Trinidad o el de la desaparición de uno de los calcetines, pero parece que frente al inexplicable agujero negro de la lavadora, lo de que «dos que duermen en el mismo colchón, se vuelven de la misma condición» que dice mi madre tirando de refranero, no solo es un hecho demostrado sino que tiene una explicación científica. Así lo afirma el escritor y coach de parejas Fady Bujana.

Y no es que nos emparejemos en base a ese parecido físico, sino que nos vamos mimetizando con los años de convivencia. Así, por lo visto, en muchos casos ganamos kilos en la misma proporción porque comemos lo mismo. También dicen que nos arrugamos igual porque nos reímos y gesticulamos de forma parecida por imitación y al final los rasgos van igualándose.

En este parecido físico también suele influir el hecho de que cuanto más compenetrada está una pareja, más se parecen sus hábitos y si uno hace deporte, se echa crema hidratante y se cuida, el otro también suele hacerlo. O eso dicen, porque hay legión de parejas en las que uno es deportista y se machaca todos los días en el gimnasio mientras el otro disfruta viendo volar las moscas desde el sofá. Otro factor que influiría en esto de los parecidos de las parejas es el entorno, de forma que no es extraño que ambos sean morenos o blancos como la pared en función de si viven en Estepona o en Vigo. Y por último dicen que acaban vistiendo de forma parecida, ya que es raro que uno sea gótico y el otro vaya de Armani.

La cuestión es que, según Bujana, tanta sintonía no es tan positiva como podría parecer porque, claro, tener enfrente a uno como tú aburre hasta a las piedras. Aconseja el coach de parejas, por contra, intentar mantener la chispa de la relación manteniendo la propia personalidad y aportando misterio a la relación para alimentar la pasión. Lo del misterio después de 25 años de convivencia tiene su aquel, pero, oye, si se trata de aportar variedad y de sorprender al otro para no caer en esa sincronía asfixiante, habrá que valorarlo en serio.

De momento reconozco que sí que tengo la sensación de parecerme ahora más a mi pareja que cuando nos conocimos allá por el Pleistoceno, y tengo que admitir que el diámetro de nuestras cinturas ha ido creciendo con una exacta simultaneidad, pero no creo que deba preocuparme. Si de lo que se trata es de marcar diferencias, estoy dispuesta a hacer un sacrificio: Yo me pido el sofá.