Ya se sabe que en Málaga en verano hay cosas que son ineluctables, como la feria y las visitas de los políticos a la engalanada Larios haciendo el paripé, y el terral, que viene a ser lo mismo, un sofoco. Menudo toro tiene por delante Juanma Moreno si quiere de verdad echar a Villalobos a los corrales, y a otros. Pero renovarse o morir. En estos términos. ¿O no sabe que la ex alcaldesa, ex ministra y ex-todo-lo-demás cree que el escaño es en propiedad? Y ahora que Pedro Arriola, su marido, se jubila pues ya me diréis, Juanma, Elías y todos los mandamases.

Pero más allá de la «normalidad» de la que hablan los munícipes, el 112 y el 061 certifican que hubo más (que en 2014) intoxicaciones etílicas en la Feria. Están también otras drogas. Esta es una realidad de la que a los políticos gobernantes, o de la oposición, da igual, no les gusta hablar, prefieren el buen rollito de que todos somos muy buenos más allá de algún caso aislado.

Pero en verano también miles de familias sufren en los aeropuertos cuando compañías desaprensivas e incumplidoras dejan tirados en las terminales a los turistas. Como en Dubrovnic a un grupo de españoles -y entre ellos varios malagueños- que debían partir a primera hora de la mañana del pasado día 10 y partieron a las 21 horas y en otro avión por incomparecencia de Air Mediterranée. El mayorista era Mapa Tour. Un regulador europeo debía sancionar fuertemente a las compañías que causan tamaños problemas a quienes se atreven a viajar con ellas y después pierden conexiones e incurren en gastos múltiples. Y lo que más me gusta: no dan una sola explicación ni resarcen a nadie. Me acuerdo del todavía encarcelado -y ojalá por muchos años- Gerardo Diaz Ferrán, quien fuera aciago presidente de CEOE y que también dejó tirados en los aeropuertos a tantos -y en sus empresas y donde pisó- con su línea Air Comet.

Andaba yo en estas cavilaciones el pasado lunes cuando entra en El Asador de Guadalmina, en Marbella, Vicente del Bosque, acompañado de su mujer y su hijo (con síndrome de Down el buen muchacho) y le saluda el donostiarra y propietario del local José Eugenio Arias-Camisón, uno de los primeros rebeldes en oponerse a la ley antitabaco. En aquel entonces llegó la Policía impelida por la Junta y llamó a la puerta y acabose. Bueno, eso que se cree la Junta. El caso es que tomábamos una botella de un magnífico vino castellano y en la etiqueta advierto vestidos de presidiarios a Zapatero y Rubalcaba. ¡Viva España y el tabaco!, gritó José Eugenio como si fuera un personaje de la Guerra de la Independencia, como Juan Martín Diez, mismamente, El Empecinado.

Pero a lo que iba. Tanto Sócrates como Platón, su discípulo, estuvieron toda sus vidas en contra de los sofistas y sus teorías, igual me pasa a mí, a una ínfima escala, claro está, contrariado por la banalidad del discurso político que nos endosan como pagarés sin fondos. La insoportable banalidad de la casta, ahora hacinada desde la llegada de los nuevos inquilinos, unos más aseados que otros, eso sí, Albert.

Los sofistas enseñaban -sigo con los filósofos griegos- a sus discípulos respuestas ingeniosas para que las emplearan en los debates públicos, como ahora. Pero Sócrates animaba a quienes les seguían a cuestionarse el mundo que les rodeaba y a vivir según su propia conciencia, pese al duro castigo que la autoridad les pudiera deparar, tal como hoy. Nada nuevo bajo el sol. Por eso, cuando apago todas las luces de la casa, ya en la noche, y me quedo sentado a solas frente a la mesa, en la que reposa el portátil iluminado, me salen estas cosas. Goethe escribía más allá:

Feliz me siento en suelo clásico, entusiasmado,pasado y presente me hablan más fuerte y claro.Sigo el consejo y ojeo la obra de los antiguos,mano presurosa, placer que cada día se renueva.Pero de las noches las manos en otro lugar pongo,y si solo a medias aprendo, soy el doble de feliz.¿Y acaso no aprendo cuando el pecho amadoacecho las formas y por sus caderas deslizo la mano?Sólo entonces comprendo al mármol: pienso y comparo (…)

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