He conocido a compañeros, en ocasiones hasta excelentes profesionales, que en un amago de apostolado para salvar su peculio y hasta su matrimonio no han tenido más remedio que incurrir, que es el verbo que se utiliza en la prosa judicial para toda clase de delitos, incluidos los venéreos. En las redacciones cada vez que alguien sale y no regresa es porque ha recibido lo que en la abúlica jerga profesional se conoce como la llamada, que en este caso, no tiene nada que ver con Dios, ni siquiera con ninguna de sus correosas emanaciones, sino con un político que en su ceguera y su desesperación no se le ocurre otra cosa para remontar en las encuestas que contratar a un periodista. Los gabinetes de prensa son para los periodistas lo que los consejos de las eléctricas para los presidentes del Gobierno o el Parlamento Europeo para los diputados de provincias, aunque con una amenazante excepción que a veces asoma entre ripio y ripio; si unos y otros comúnmente acuden a sus nuevos puestos para dejarse crecer la pandorga y cobrarse oscuros intereses, el periodista lo hace confiado en dejar de sudar a destajo y receloso de un presentimiento que a menudo adquiere forma: que, a sueldo de un político, aunque menos, también se curra. Es entonces cuando el redactor, acostumbrado a percibir un salario más exiguo que el de las farolas que picotean las sombras al paso de los camiones de Limasa, se envalentona y lleno de fe en sí mismo y en su omnívora cultura comete la imprudencia de tener ideas, generalmente en campos que no son de su competencia y de los que no acierta a entender ni el lomo. Por esta clase de servicios el periodista cuelga su hábito original y recibe desde ese momento y para siempre las vestiduras de un nombre pomposo, bien sea el de community o asesor de imagen. Para estos, sean quien sean, queridos colegas, sólo tengo un mensaje: dejen de hacerlo. Especialmente si están en el PP y vienen a Málaga. Lo de ponerse a hacer huevos fritos en una venta de campo y dirigir el PP es como ser cura y decir tope guay y beber cubatas para ganarse a los jóvenes. Algo tozudamente innecesario, forzado y grotesco, cuando no de latencia esquizoide. La mercadotecnia engendra monstruos y los periodistas mercadotecnia. Y lo mismo conviene no olvidar una cosa: la gente está harta y, quizá, al final, resulta que no es gillipollas.