El otoño es una vereda que acaba cercana a la Navidad, cuando las voces de los niños de San Ildefonso suenan; una vereda por la que la vida y la muerte transitan, sin alterarse. El otoño invita a la intimidad y al recogimiento, por eso los cálamos más egregios cargaron tanto sus tintas de septiembres y de octubres y de noviembres y de diciembres. Y aunque Camus decía que el otoño es una segunda primavera en la que cada hoja es una flor, los otoños ciudadanos de ahora ya no son tan ocres, ni suenan tanto a pisada sobre hojas muertas, ni dibujan tan finamente la callada desnudez de los árboles quedos... Pero siguen oliendo a tiza y a lápiz y a goma de borrar y a escuadra y a cartabón, porque los otoños, en esencia, son memoria en estado puro; y más que final, son principio; y más que muerte, renacer. Cada otoño es la metáfora del germen de una catarsis.

Y hay otoños diferentes... Y el que se avecina lo será, me temo. Neruda escribió: Hoy una mano de congoja / llena de otoño el horizonte, / y hasta de mi alma caen hojas. Grande Neruda. Estoy seguro de que hoy, si estuviera entre nosotros y agorará el otoño que se avecina, volvería a escribirlo con la misma congoja. Nuestro otoño será tan calentito, que miedo me da... Esto es un presagio.

Los prestidigitadores de la fe ya están prestos, en sus boxes, ataviados con sus mejores galas de seducción y provistos de jarabes de proselitismo, apósitos de extracto de sofismo y píldoras inhibidoras de la desconfianza del respetable. Y las prédicas, que ya han empezado, crecerán y crecerán hasta llenarlo todo. Y la seguridad narcisista de los salvadores patrios tomará las ciudades y sus calles y sus plazas y sus callejuelas y sus plazuelas... Y, con las ciudades tomadas, el objetivo será captar la atención del respetable. Y con la atención del respetable captada, nuestra fe será el objetivo. Y volverán los ilusorios malabarismos con la fe de cada cual, pretendiendo hacer de la fe individual una epidemia de fe. Y nuestro otoño volverá a ser el mismo escenario de dicterios y poquedades vergonzantes y camanduleras de los últimos tiempos. O sea, otra alegría democrática más para nuestro cuerpecito serrano y otoñal... Esto es un presagio.

El turismo también tiene sus otoños, también melancólicos, pero con más potencial patológico que el de otras actividades de negocio. Nuestros otoños turísticos jamás fueron metáforas de ninguna catarsis, ni lo serán mientras nosotros no aceptemos nuestra responsabilidad proactivamente, que es nuestro reto perenne. Mientras tanto, nuestros otoños seguirán actuando como refuerzos negativos abocados al bucle sin fin, porque la actividad turística de nuestra provecta Costa del Sol tiende al trastorno bipolar crónico. Su tránsito de estado de euforia incontrolada a estado de melancolía profunda --y viceversa-- debemos aceptarlo como parte intrínseca de su ser turístico. Si no queremos que la patología progrese, deberemos regularla con hechos, porque los buenos propósitos siguen manifestándose insolventes como tratamiento.

Nuestra Costa del Sol nunca será la misma en febrero y en julio, y a más aumente su volumen de oferta, más grande será su trastorno bipolar y más profundos sus periodos depresivos. Esto es un presagio.

El otoño 2015 será prolijo en palmaditas laudatorias, en ditirambos indiscriminados y en brindis al sol, por los extraordinarios resultados habidos. Y olvidaremos (?) expresar la peligrosa labilidad de la situación, y que los resultados habidos no han dependido de nosotros en la medida en que se han producido. Y volveremos a plantearnos la sempiterna estacionalidad y su solución por el mal camino: el del autoconvencimiento de que la aspirina palía el cáncer y lo regula. Y seguiremos haciendo de nuestras capas, sayos, y de nuestras estrategias el mismo caballo de Troya turístico que paso a paso ha venido impidiéndonos la gobernanza, que es la única salida sostenible. Esto es un presagio.

En fin, uno, que solo es un humanillo del montón que aprende más por sus errores que por sus aciertos, insiste. Y aun no teniendo formación en adivinaciones, se ha atrevido hoy, aquí, a jugar a futurólogo, en la esperanza de que el otoño 2015 lo desmienta y lo sorprenda y le enseñe que las diversas políticas que lo presidirán responderán con eficiencia a los retos que nuestro momento y nuestro futuro exigen. Amén.