El aborto es pecado. Eso sigue quedando claro para el papa Francisco. Sin embargo, este martes el sumo pontífice ha decidido volver a dar otro de sus golpes de efecto. Mientras una parte ultraconservadora de la Iglesia católica hace del pecado su caballo de batalla, el papa habla de perdón y de acogida. De la verdad de aquellos que siguen a Jesús, el que absolvía a los pecadores. «El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido», dijo Francisco, que parece estar iluminando las tinieblas en las que la propia Iglesia se había escondido. El papa está coloreando una religión que venía siendo oscura.

La novedad es que este Año Jubilar de la Misericordia los curas de parroquia puedan perdonar pecados hasta ahora criminalizados por los católicos conservadores. Ya no será solo cosa de obispos o del papa, no, el cura de al lado de casa podrá. Realmente, al que no sea católico esto le sonará a chufla. Al católico le debe sonar como música celestial. Están cambiando las cosas.

En resumen, no deja de ser una futilidad, una perogrullada, que el papa Francisco tenga que recordar a su rebaño en qué consiste el catolicismo. Lastimosamente tiene que hacerlo. Tiene que hacer visible que la Iglesia es perdón. Es ahora, con estas palabras, con este papa, con estos gestos, con los que la Plaza del Vaticano cobra el sentido del que Bernini quiso dotarle: dos brazos abiertos que recojan en su seno a toda la cristiandad. Toda. Los pecadores también somos parte de esa Iglesia y no hay mejor noticia que la cabeza visible de los católicos recuerde desde su púlpito que el perdón es la base. Ni el castigo, ni la penitencia, ni la lamentación. La catequesis de Francisco habla de perdón, alegría, felicidad, santos en vaqueros que hagan del día a día de los demás algo mejor. Hombres y mujeres para los demás. Poco a poco, Francisco. Poco a poco.