Un americano típico, hijo de una india (de la India) y un padre de Bangladesh, ha conseguido dar clase a veintiséis millones de alumnos que siguen sus enseñanzas desde 190 países. El milagro de la educación gratuita al alcance de todo el mundo empieza a hacerse realidad, sin intervención alguna de los Estados.

Podría ser Apu, el badulaque de Los Simpson, o Raj, el astrofísico experto en partículas de la serieThe Big Bang Theory; pero a diferencia de ellos, Salman Khan no es un personaje de ficción aunque obre maravillas. Mayormente, la de haber montado una academia de clases particulares que en realidad son universales gracias a la magia de Internet.

Khan ha exprimido las mejores posibilidades educativas de la Red sin otro recurso que grabar en vídeo sus clases magistrales y colgarlas en YouTube. La idea parece de lo más simple, si bien tiene su truco, lógicamente. El promotor de la Academia Khan cuenta con un programa que le permite seguir los progresos y -sobre todo- las dificultades de sus alumnos a distancia. Un dispositivo con el que rellenar los huecos de aprendizaje de cada uno de ellos.

El experimento consiste en plantear la enseñanza al revés, de tal modo que los estudiantes aprendan en su casa mediante vídeos por un tubo y luego hagan los deberes en el colegio de la Red. Aquel que no entienda un concepto podrá repasar la lección cuantas veces sea necesario sin más que darle al play de la grabación. La idea, según Khan, consiste en dejar que cada alumno trabaje a su ritmo hasta que, por mera reiteración de los conceptos, comience a interesarse por materias tan ásperas como, un suponer, las matemáticas.

Su copiosísimo alumnado de 26 millones de estudiantes le ha valido a Khan el título de maestro del mundo: credencial nada exagerada si se tiene en cuenta que asciende también a un millón el número de profesores que utilizan sus métodos educativos. Lo raro, si acaso, es que esto no se le hubiese ocurrido a nadie antes.

Con la televisión pasó algo parecido en su momento. El nuevo -y ya tan viejo- medio ofrecía entre otras opciones la oportunidad de poner un profesor en cada casa sin más que enchufar el aparato a la red (la eléctrica, en este caso).

Infelizmente, no tardaríamos en llegar a la conclusión de que los programas educativos carecen de interés incluso para los pedagogos, tan fascinados como cualquier otro espectador por los concursos, los culebrones y el Sálvame en sus versiones Naranja, Limón y De Luxe. De hecho, La 2, único canal que ofrece programas respetuosos con la inteligencia del televidente, apenas alcanza índices de audiencia del tres por ciento.

Algo parecido ocurre con Internet, por supuesto. Son millones los que utilizan mayormente la Red para tuitear bobadas, pasarse memes de notable memez o intercambiar chistes (ahora también en WhatsApp).

De ahí que tenga particular mérito la idea de montar una Academia del mundo que con tanto éxito está llevando a la práctica Salman Khan, el americano que ha sabido transformar Internet en un aula para la transmisión universal del conocimiento. Y lo que es más notable aún, sin pretender sacarle el lógico jugo de millones de dólares a su multitudinaria clientela. Para pedagogía, y de la buena, la que ejerce el maestro Khan.