Querida Ada: después de las olas y del sol del verano, del aire libre y de las noches contándonos cuentos bajo la mirada atenta de las estrellas, de nuevo se aproxima el día en que tienes que regresar al colegio. Ya sabes lo que esto significa porque, ahora que acabas de cumplir nueve años, has pasado por esta experiencia en varias ocasiones. Volverás a encontrarte con tus amigas, con tus profesoras, con los libros, con la mesita baja, con la pizarra. Volverás a colocarte a la espalda una mochila, que hace ya dos cursos me dijiste, sonriendo muy seria, que no era para ir a clase sino para meter dentro de ella lo que necesitabas para vivir una aventura. Eso me emocionó porque lo que un padre desea más que nada es que su hija tenga aventuras felices. Y estudiar, en efecto, es una de las mejores aventuras, la aventura de ir descubriendo lo que una es (lo que tú eres, Ada) y, de paso, de qué está hecho el mundo y lo que tiene que ver con él. Para lograr esto te aconsejo, hija, que alces la cabeza con dignidad y con respeto, que escuches con el corazón todo lo que te digan, que seas educada, que ayudes a los demás y que te dejes ayudar por ellos.

Te aconsejo también, Ada, que no le tengas miedo a la inteligencia ni a la imaginación. La inteligencia ilumina las cosas, es como una linterna o como un faro que nos orienta en la oscuridad. La imaginación, por su parte, hace que esas cosas iluminadas por la inteligencia tengan sentido, adopten formas atractivas, ayuden a crear mundos. La inteligencia y la imaginación no las encontrarás en los libros de texto, que se conforman con modalidades más bajas del conocimiento (resolver problemas matemáticos, aprender la conjugación de los verbos, repasar fechas históricas, pelearse con la geometría o con las clasificaciones animales), pero sí en todo lo demás: en las conversaciones con tus compañeras, en los juegos espontáneos que se os ocurran, en los sentimientos que se despierten dentro de ti por una u otra causa. Tu alma está hecha de inteligencia e imaginación, así que, Ada, intenta ponerlas en cada cosa que hagas. Como también está tu alma llena hasta los bordes de amor y de bondad, usa los dos sin miedo a malgastarlos: el amor y la bondad se pudren si no los utilizas y, por el contrario, se multiplican cuando lo haces.

Confía, Ada, en ti misma, y en los demás, en los libros, en los amaneceres, en la noche, en los silencios, en las contradicciones, en la diferencia, en los bosques, en tus maestras, en las personas: que la confianza, Ada, sea lo que te dé fuerza para ser la que eres. Confía en que en el colegio vas a aprender mucho de lo que necesitas para desenvolverte en la sociedad, pero confía también en la inmensidad de cosas hermosas y necesarias que vas a descubrir fuera del colegio. Hoy coges tus cuadernos, tus lápices, tus bolígrafos y los manuales todavía sin estrenar y los metes en tu mochila de colores vivos. Lo haces preocupada y también ilusionada. Lo haces muy despacio pero nerviosa. Lo haces concentrada y, sin embargo, distraída. Estás y no estás en lo que haces y eso, hija, es una gran lección, la primera lección de este curso: sólo es libre quien sabe conciliar sus contradicciones y las pone a trabajar en beneficio de una. Buena suerte, Ada.