Berlín no es una ciudad con la que uno se encariñe desde el primer momento. El efecto combinado de su casi total destrucción en la SGM y la posterior separación por el muro es una ciudad que ha crecido un tanto anárquicamente y que parece estar en perpetuo estado de obras. Hay que vivir en ella algún tiempo para descubrir sus encantos y poder disfrutarla como tantos españoles con los que me he encontrado, muchos de ellos universitarios, que fueron allí en busca de trabajo.

Están esas grandes avenidas y esos vastos espacios donde en el Este se celebraban las grandes manifestaciones del primero de mayo y en las que uno se sentía un poco hormiga. Espacios que, como en la Alexanderplatz de Berlín y en otras ciudades del Este, se han poblado mientras tanto de esos templos del consumo que son los centros comerciales.

En Berlín es difícil muchas veces ser peatón por culpa de las omnipresentes bicicletas que le pasan a uno continuamente desde todas las direcciones. No he visto ciclistas más agresivos. Hasta la policía parece que está alarmada por los accidentes.

Leipzig es otra cosa. Allí el ritmo de vida parece algo más pausado y los ciclistas parecen tener más en cuenta a los peatones. Leipzig, la ciudad de las ferias del libro, segunda sólo en importancia tras la de Frankfurt, pero más volcada al público lector. Su estación recibe al visitante con una enorme librería.

Las iglesias de Leipzig y las vecinas Halle y Magdeburgo, con sus espectaculares órganos, conservan las huellas de tres grandes compositores: Bach, Händel y Telemann, respectivamente. Constituyen algo así como el triángulo del barroco.

Para quien, como quien firma estas líneas, no había visitado esas ciudades desde la época comunista, es extraordinario el cambio que han experimentado. Se han embellecido las fachadas de las casas de vecinos, antes totalmente lisas y sin ninguna gracia, dotándolas de modernos balcones, se han saneado los edificios por dentro y por fuera. Se han modernizado infraestructuras, se han abierto o reformado museos.

Muchas de esas ciudades son ahora totalmente indistinguibles, en cuanto al estado de sus edificios privados o públicos, de las de Alemania Occidental. Y están las mismas tiendas de conocidas marcas que uno encuentra en cualquier ciudad europea.

Sorprende, sin embargo, al visitante que sobre todo en las ciudades pequeñas se vea sobre todo gente mayor. Le explican a uno que la gente joven ha tenido que emigrar a la otra parte occidental porque se han destruido muchas industrias que allí había. En Magdeburgo, por ejemplo, estaba la industria de la maquinaria pesada, que ha desaparecido. Incluso una fábrica de relojes de cuco en la pequeña Gernrode muestra en la puerta el letrero «Se vende». ¿Será por la competencia de los que se fabrican en la Selva Negra?

El Estado de Sajonia-Anhalt tiene, sin embargo, un futuro turístico. Hasta el 2017, el mundo protestante celebra a Lutero y allí están muchas de las ciudades donde vivió y predicó contra el Papa y el negocio de las indulgencias. Hay en todas esas ciudades, la propia Magdeburgo, eje de una importante ruta del románico, en Quedlinger, Wernigerode, Halberstadt bellísimas catedrales góticas o iglesias románicas que datan todas de comienzos del pasado milenio.

Algunas ciudades como Quedlinger, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco, destacan además por esas casas de paredes de maderas entramadas - hay más de 2.000- que les dan al conjunto un aspecto totalmente medieval.

Magdeburgo, capital del «land», situada junto al Elba, está además íntimamente relacionada con la creación del Sacro Imperio Romano-germánico ya que en la catedral que él mismo mandó construir fue enterrado el año 973 Otón el Grande, hijo del rey Enrique I el pajarero y vencedor de los temidos magiares.

Pero junto al año Lutero está también el año dedicado a Cranach el Joven, que ha dado lugar a la creación de una llamada «Ruta Cranach», en la que participan varias ciudades de Sajonia y otros «laender» con exposiciones que muestran tanto a ese pintor como a su padre, Lucas Cranach el Viejo, considerado junto a Durero y Holbein el más relevante del Renacimiento alemán. Son famosos no sólo sus cuadros de motivos tanto religiosos como paganos sino también sus retratos de Lutero y del humanista y también reformador Melanchton, a quienes el viajero se encuentra a cada paso.

Y para los admiradores de la arquitectura moderna están en ese «land» las ciudades de Weimar y Dessau. En esta última destacan el famoso edificio de la Bauhaus así como las casas diseñadas por su primer director, Walter Gropius, a quien sucederían hasta el cierre del centro por el régimen nacionalsocialista Hannes Meyer y Ludwig Mies van der Rohe. Por cierto que esos lugares se preparan para celebrar en 2019 el centenario de ese movimiento que revolucionó la arquitectura y el diseño. En esas pequeñas ciudades la crisis de los refugiados parece aún muy lejos.