Durante espesos e indecorosos años, algunos de los cuales no me atrevería ni siquiera cristianamente a reseñar, he asistido sistemáticamente en estas fechas a dos eventos que me son indiferentes por igual y a los que, por esas logias siniestras de las que se compone la suerte, he mostrado una fidelidad tan ruinosa como aguardentosamente aparente: la feria de la tapa de Úbeda, Jaén, y la Diada del 11 de septiembre en Cataluña. En ambos festejos, he de reconocer, me he encontrado consecuentemente borracho, desde una distancia geográfica que, en puridad, se puede calificar de cercana, sin que por eso modifique en lo más mínimo mi circunstancia reflexiva grosso modo de partida hacia una variedad de la algazara que para mí no tiene la más mínima diferencia explícita ni implícita, más allá de la idiosincrasia folclórica comarcal. Al margen de los derechosos e insufribles sentimentalismos, la cuestión catalana, que ahora se enuncia así, me parece a uno y otro lado de la estulticia de una falta de enjundia intelectual casi ofensiva; jamás podré tolerar y tomarme en serio un debate que tiene como norte y como termómetro arterial a Artur Mas y a Rajoy y que se articula y se nutre de pasiones más cercanas al fútbol que a cualquier tipo de razonamiento sustancioso. Dadas las cosas, y con todos mis respetos a Piqué, si me preguntan si estoy a favor o no del soberanismo, mi única respuesta es que soy del Atleti y por lo tanto me abstengo, aunque con un sentido orteguiano de la territorialidad muy en sintonía con La rebelión de las masas. Para mí el país, igual que la polis, no es más que una manera someramente racional de organizar los recursos. El resto me parece mala literatura. Si de algo me siento orgulloso es de haber nacido en una provincia y en un lugar al que todo el mundo considera despojado de este tipo de vulgaridades. Crecí y viví durante muchos años en Úbeda, y, en lo que a mí respecta, el terruño, tan dañino en la vida y en la novela española, es sólo un circuito de calles, edificios y seres entrañables, pero de un modo deportivo, nada belicoso ni de confrontación. Decía Carlos Fuentes que hay dos tipos de personas: los que buscan su identidad en el origen o los que lo hacen mirando hacia adelante. Si hay que ser extremistas, soy de los segundos. La patria es cutre. Salvo que no esté predeterminada por los azares del nacimiento sino por afinidades más profundas. En esa patria la mía, tan llena de extranjeros, no hay sitio para el fanatismo grande y libre o la monumental idiocia de Mas.