Los chinitos de la hucha del Domund se han puesto a trabajar como negros y ahora son ellos los que hacen obras de caridad en África. Suman 2.200 kilómetros de ferrocarril y 3.500 de autopistas los construidos durante los últimos años en ese continente por empresas del Gobierno de Pekín, que además ha financiado las obras con préstamos por valor de cientos de miles de millones de euros.

Mucho más útil que la asistencia humanitaria de los países occidentales, la expansión de China y su peculiar capitalismo está obrando el milagro de crear infraestructuras para el desarrollo de África. No lo hacen gratis ni por solidaridad, desde luego; pero en eso consiste precisamente la esencia de la economía de mercado según la describió Adam Smith.

Se trata de una moderna forma de colonialismo que, a diferencia del europeo, ofrece la ventaja de impulsar la economía de los países a los que afecta.

Necesitada de materias primas para alimentar a su descomunal industria, China ha encontrado en África un filón en el más exacto sentido de la palabra. Petróleo, carbón, minerales y madera representan a día de hoy el 85 por ciento de las exportaciones africanas al país de Mao, que a cambio les coloca maquinaria, ropa, coches y toda clase de quincallería electrónica.

Los chinos se limitan a imitar el comportamiento que ha sido típico de las potencias occidentales desde el siglo XIX, si bien hay que admitir que lo hacen de manera algo más civilizada. Sea por experiencia o por talante, han comprendido que las invasiones ya no se perpetran ahora por el tosco método militar de antaño, sino con el envío de ejércitos de empresarios e inversores.

El negocio es redondo para la República Popular que les presta dinero a los Estados -más bien corruptos- de África para que estos adjudiquen a empresas chinas la construcción de sus equipamientos. Pero tampoco deja de serlo para los países beneficiados con la dotación de carreteras, puertos, hospitales, vías de ferrocarril y lo que haga falta.

Lógicamente, el primer ministro chino Li Keqiang ha tratado de vender la irrupción de su país en África como si se tratase de una colecta del Domund. Su sueño, dijo durante su última visita al continente, es el de conectar a todas las capitales africanas por medio de trenes de alta velocidad (made in China, por supuesto).

Quizá esa visión sea interesadamente idílica, pero no es menos verdad que la formidable inversión de los chinos -convertidos ya en los primeros socios comerciales de África- está ayudando más que las oenegés a que los africanos puedan valerse algún día por sí mismos. Después de todo, la propia China se encontraba en parecida situación a la de África hace apenas cuarenta años; y ahora es -tras su conversión al capitalismo salvaje- la segunda economía del mundo.

Otra cosa es que el maná de inversiones a cambio del saqueo de materias primas solo llegue por el momento a las elites de esos desdichados países; pero lo mismo ocurrió al principio en la China donde hoy está floreciendo una boyante clase media. Aunque sea a costa de una despiadada explotación laboral.

Casi olvidadas ya aquellas colectas que se hacían en España con huchas en forma de cabeza de chinito, ahora son los chinos quienes se lanzan a las misiones (comerciales) en la antigua África del Domund. Las vueltas que da el

mundo.