La boda gay. Así se refería la Bien Peinada a la boda que el viernes tenía lugar en Vitoria entre Javier Maroto y su ya marido Josema Rodríguez. Javier Maroto fue alcalde de Vitoria, un alcalde muy votado, hasta las últimas municipales, y ahora, dentro del PP, es vicesecretario sectorial, como suena, un cargo enorme creado a la medida del vitoriano, cargo que lo ha catapultado al núcleo duro del partido aunque nadie sepa bien qué es ser vicesecretario sectorial. Un premio, es un premio. Hablaba Ana Rosa Quintana de boda gay ante la ultra liberal Esperanza Aguirre, y se dilucidaba si era conveniente o no, si iría o no, si tendría que ir o no a la boda del amigo Mariano Rajoy, que recurrió ante el Constitucional las bodas gais por «desnaturalizar el matrimonio» ya que el demonio Zapatero quería destrozar desde la palabra el matrimonio de toda la vida, el único, el que se da entre un hombre y una mujer, un matrimonio como dios manda. Haya ido o no haya ido Rajoy, que ha ido, el ridículo está hecho. Tal como aquí dijimos, igual que lo dijeron millones de personas, la realidad acabaría desbaratando la ceguera política, el empecinamiento y la hipocresía por amarrar unos cuantos votos del lado más conservador y católico de la derecha más rancia. Y con la boda de Javier Maroto se ha hecho visible ese cinismo, se han colocado en el lugar que les corresponde aquellas soflamas, aquel rasgarse las entrañas, aquellas declaraciones teatrales, aquel temblor de monja asustada que teme que el matrimonio entre un hombre y una mujer se hunda porque el matrimonio entre personas del mismo sexo lo que pretende es obligar, a cañonazos, a que todo el que tenga pito se case con el que tenga pito, y la que tenga rajita se case con la que tenga rajita, obligar a que se case el secretario con el ministro Jorge Fernández, y la telefonista con Fátima Báñez.

Hombre y perro

La realidad, de nuevo, revolcando en la arena del desprestigio la mera estrategia política hecha no de sinceras convicciones sino de cálculos electorales. Ahora Rajoy y algunos más de su cuadrilla han viajado a Vitoria a la boda de su amigo maricón. Y este país sigue en pie aunque las manzanas se unan con manzanas y el caldibache de las peras maduras manche la comisura de las fauces hediondas de Ana Botella. Mira que esta gente dijo barbaridades. Como las dijo y dice la empresa católica. Llegará el día, y lo vuelvo a escribir aquí, que los gerifaltes religiosos, esos que encienden los púlpitos con provocaciones de una simpleza intelectual parecida a la de Mariló Montero, unirán en santo matrimonio a hombre con hombre y mujer con mujer. Será en cuanto la clientela les dé, más, la espalda y vean que el negocio, oh, no es el que era. Al tiempo. A mí me da igual que Mariano Rajoy haya ido a la boda de Maroto con su novio, pero me alegra que el presidente de mi Gobierno lo haga. Se la ha tenido que envainar. Que se joda. Sí, suena fuerte, pero se lo merece. Es lógico que los medios de comunicación, y la tele sobre todo, destaquen lo que apenas destaca nadie en la vida ordinaria, en el día a día. La gente va a bodas. Punto. Que sean bodas entre hombres o entre mujeres -y no, no son entre hombre y perro o mujer y rana, como decían algunos alcaldes del PP, que se negaban a casar a «esta gente» o que había que «tomar bicarbonato para digerir todo esto», o como aquel que decía en Pontones que él no casaría a personas del mismo sexo porque tienen los mismos derechos pero son «personas taradas que nacen con una deformación física o síquica»-, que sean bodas entre hombres o entre mujeres hoy no es relevante en este país que acuchilló la tarima enmohecida de un PP meapilas.

El pobrecito Han

Si no hubiera sido por todo lo dicho, por la cizaña con la que cargaron contra la ley de Zapatero de la que ahora, como es lógico, se aprovechan, la boda gay mentada de la que la tele ha hecho un tema específico, nadie hablaría de ella, salvo como un eco de sociedad por la relevancia del casado. A tragar quina, señora Mariloli Cospedal, bruja. Bertín Osborne, el eminente vocalista de rancheras, dice que si te bajas los pantalones una vez -si hubiera bajado su caché para hacer de entrevistador en En su casa o en la mía, esa vergüenza por la que pasó Jesulín de Ubrique o la nieta de Franco- ya no te los puedes subir nunca. Lleva razón el «machoman». El PP se los ha bajado tantas veces que a estas alturas sería capaz de decir que la ley del matrimonio homosexual es cosa de ellos. Y que Mariano es la loca más loca del reino. Habría sido un puntazo ver al presidente a lo Priscilla por las calles de Vitoria, con taconazos, rímel, y peluca. Y ya puestos, y sin salirnos mucho del corral popular, hablemos de Mariló, una vez más. Dice la sandia que «los periodistas no tomamos parte ni de un lado ni de otro» al tiempo que defendía la celebración del salvaje alanceamiento -ya está en la RAE- del llamado Toro de la Vega haciendo comparaciones de necia entre la muerte del toro y la de, por ejemplo, el pollo o el pescado como alimentos. O sea, resumiendo con las palabras del magín de la criatura, que al toro se le han dado buenos piensos, «ha vivido bien, y todos comemos carne». ¿Cuándo la echan, oiga? Totalmente, diría David Bisbal con muchos aspavientos poniendo los ojos en blanco, como en trance, cuando ni su lengua ni su cerebro tienen nada que decir, de ahí que todo el rato esté como ido en La voz kids. Y como otro ego criado con sebo no puede estarse quieto, salta Mercedes Milá desde su pista para retomar el tema gay. Ay, soltó la sardesca refiriéndose a un tal Han de HG16, «si además de chino es gay… pobrecito». Válgame, don Javier Maroto y don Josema Rodríguez, menos mal que ustedes son sólo gais. No son ni chinos ni, mucho peor, catalanes, y que la boda es en Vitoria y no en Barna. La imagen de Rajoy con barretina ya sería demasiado.