En una de las secuencias de la película Leones por corderos, dirigida por Robert Redford, un veterano profesor universitario conversa con uno de sus jóvenes alumnos sobre el pasotismo de este último ante importantes asuntos políticos. El pupilo se justifica con el viejo argumento de que nada de lo que él piense o haga va a servir para cambiar las cosas y que, ante la corrupción generalizada del sistema, hay que dar por perdida la noble causa de la política. «La Ciencia Política ¿qué tiene de científica? Aparte de la psicología que hace falta para saber cuánta mierda aguantarán los votantes, se refiere a cómo ganar, no a cómo gobernar o mejorar. Ganar es lo que importa», llega a decir el estudiante. No obstante, el maestro no se da por vencido y le intenta hacer ver que es precisamente por esa desidia colectiva por lo que la situación ha degenerado tanto. «Se alimentan de tu apatía, de tu ignorancia. Planean estrategias con eso. Logran lo que quieren con eso», le dice cabreado. «El problema no es quién empezó esto, sino nosotros, todos los que no hacemos nada», le insiste.

Creo que la citada escena engloba perfectamente muchos de nuestros problemas como democracia. Buena parte de la ciudadanía da la espalda a la política hastiada de un universo que percibe como corrupto, partidista, viciado y poco transparente. Buena parte de los políticos cuentan con ese desinterés, y con la ignorancia que suele llevar aparejada, para perseguir y lograr sus fines. Además existen varios tipos de pasotismos. No sólo padecen desgana y desinterés por nuestro modelo de convivencia los que se quedan en casa la jornada electoral. También sufren los mismos síntomas los que acuden a las urnas a depositar el voto sin una reflexión previa mínima, sin una conciencia de la responsabilidad que conlleva ese acto. Por millones se cuentan los votantes que introducen su voto por inercia, como un acto reflejo, como continuación de una tradición ancestral. Siempre votan lo mismo, como si de un compromiso sellado en el subconsciente se tratase, y con independencia de la lo que hayan hecho los responsables de ese partido durante la legislatura que termina.

Tal mal endémico es predicable de todo tipo de ideologías y sobre la base de todo tipo de escusas. Por autodefinirse de izquierdas votan a las siglas que se proclaman igual, sin un mínimo examen sobre si su comportamiento les hace merecedor de la confianza que se deposita en forma de voto. Por sentirse de derechas son fieles al mismo partido, sin importar cuántas miserias se hayan descubierto en el camino por actuaciones judiciales. Por proclamarse nacionalista se acude ciegamente a la mesa electoral a entregar un nuevo cheque en blanco a los mismos que siempre, con independencia de si sus promesas y proclamas son absurdas, sin fundamento o rigor alguno. Las masas de sumisos votantes son tan pasotas y tan dejados como los que cambian su derecho al voto por un día de playa o por quedarse en el sofá desgastando el mando a distancia.

Por lo tanto, no resulta descabellado afirmar que, al menos en parte, el grado de impunidad y de corrupción del modelo actual se debe a la desidia y a la apatía de muchas personas: las que miran para otro lado, las que no se comprometen activamente con su país, las que conservan su indignación ante las noticias el tiempo exacto que duran los titulares de los informativos y, tristemente, las que se limitan a defender unas siglas en vez de unos valores.

Terminaré con una escena de otra película, Caza al espía, en la que Sean Penn lanza a varios estudiantes el siguiente mensaje: «La responsabilidad de un país no está en manos de una minoría privilegiada. Seremos fuertes y estaremos libres de la tiranía mientras recordemos nuestros deberes como ciudadanos, sea informando de un bache en la calle o denunciando una mentira en el discurso del Estado de la Unión. ¡Hablen! ¡Hagan las preguntas! ¡Exijan la verdad! La democracia no es fácil de lograr. Pero en ella vivimos. Y si cumplimos nuestro deber, en ella vivirán nuestros hijos».