Ha tenido que pasar una semana para que termine de asimilar y digerir en toda su magnitud lo que pasó en Málaga el pasado fin de semana en torno a una imagen de la Virgen que va de blanco vestida y que se lleva a la gente de calle. Y más allá de haberse producido una respuesta en masa a uno de sus referentes marianos indiscutibles, de celebrarse un fenómeno de religiosidad popular de primer orden o de proclamarse el justísimo reconocimiento eclesiástico a su singularidad, lo que pasó el 12 de septiembre con el Rocío también se llama hacer ciudad. Y con letras mayúsculas. Y no tiene nada que ver con llenar hoteles -que se llenaron- o de aumentar la facturación de los restaurantes -que creció-, en todo caso como consecuencia natural y nunca como justificación, como hay quien quiso entender. Hacer ciudad en un sentido de pertenencia, de identidad, de cohesión y de orgullo patrio.

El cofrade Pepe Llamas supo describirlo perfectamente hace unos días en su blog, adelantándose a la misma idea que mi cabeza iba madurando para este lunes. Hago mías cada una de sus palabras y animo a leerlas [https://cronicasdelparasceve.wordpress.com/2015/09/15/la-virgen-a-su-ciudad-mas-amada/]. Málaga supo de una vez por todas, y espero que definitivamente, desparasitarse y eliminar los complejos que de una u otra manera nos han atenazado. Más allá de la catarsis vivida, que ya describían los sofistas, pero devocional y al estilo malacitano, fue una demostración de músculo que enmudeció a los críticos. A los que siempre están ahí para apreciar la paja en el ojo ajeno. Sobre todo cuando ese ojo mira a través de un capirote.

Hoy observo una estampa de la Virgen. La veo radiante y blanca, abriendo sus brazos como siempre ha hecho. Y pido que esas devociones particulares que ahora han nacido se mantengan para siempre. Que las de siempre, se acrecienten y sigan caminando de su mano. Y que, como ya en otros casos se logró, esta coronación sea poderoso medio y no un mero fin.

Las cofradías, de nuevo, a la altura de las circunstancias. El Rocío haciéndonos a todos victorianos. Parando el reloj. Sumidos en su sonrisa, asidos a ese halo que sirvió para coronar su realeza. Escritas las crónicas más o menos floreadas e informativas en todo caso, publicadas las instantáneas y los vídeos que ayudarán a que la memoria nunca olvide, disfrutados los momentos que se quedan en el alma, superados los obstáculos que se quedan en anécdota ante tanta categoría y verdad... Llega la hora de exprimir la experiencia, de aprovechar el tirón, de no enfrascarse de nuevo en disputas estériles y fratricidas por las que pagan justos por pecadores y alimentan de razones a los descreídos. Es una obligación que han de imponerse los cofrades. Todos. Los de todas.