Hubo un tiempo en el que los acentos formaban parte de mis pesadillas. Un tiempo en que, cuando la boca de mi plumín espurreaba palabras vestidas de azul en mi libreta, las tildes nunca comparecían. Con los años supe que el mal acento docente de don Manuel obraba a favor de mis fracasos gramaticales. Los acentos huían de mí en sus clases. Sin embargo, después fui un hacha acentuando. Con don Felipe los acentos dejaron de ser pesadillas y se incorporaron a mis fantasías. Recuerdo cómo, entonces, para mi regodeo, con la página ya escrita, me abstraía de las palabras, pero no de sus tildes. Con la práctica llegué a ver las páginas vacías de palabras y llenas de chispitas que dibujaban un universo blanco sembrado de estrellas azules. Entonces yo sabía encontrar a Dubhe y a Merak entre aquellos luceros, y, a través de ellas, localizaba a mi particular Estrella Polar cada día. Después vinieron las ciencias náuticas, pero no fue igual...

Tanto me interesé por los acentos que, de niño, me sentí frustrado por no disponer de más variedad de ellos, como era antaño. Cuando en los libros de otrora veía un acento circunflejo flipaba, porque más que un solo acento, veía dos: uno agudo y otro grave, fundidos en un abrazo infinito. Ningún acento resalta más la femineidad de las vocales que el circunflejo, que pareciere pensado para embellecerlas a ellas y para embellecer las palabras en las que las ellas moran.

Más allá de las chiribitas de tinta hay otros acentos visibles a nuestras seseras y a nuestros corazones. Así, la música, el canto y la poesía, por ejemplo, saben de acentos; y el norte, el sur, el este y el oeste, también saben de acentos; y cada norte, cada sur, cada este y cada oeste, a su vez, tienen su norte, su sur, su este y su oeste que también saben de acentos. Nuestros acentos son misceláneos rítmicos, fonéticos y cadenciosos que nos definen y nos descubren.

Y en tiempos de verborrea convulsa, como la que estamos viviendo, los acentos cobran otras vidas y otros protagonismos que ninguna academia define, pero que nuestro cerebro comprende y nuestra razón rechaza. A estas alturas de la obra ya podemos afirmar, por ejemplo, que estulticia no tiene acento, pero el tiempo la acentúa. Que mamandurria no tiene acento, pero el ejercicio de gobierno la acentúa. Que latrocinio no tiene acento, pero las políticas institucionales la acentúan. Que desfachatez no tiene acento, pero el ejercicio político la acentúa. Que cleptocracia no tiene acento, pero la avaricia del poder la acentúa. Que pelotazo no tiene acento, pero la falta de visión responsable la acentúa. Que desgobierno no tiene acento, pero los intereses partidarios lo acentúan. Que doctrina no tiene acento, pero la aspiración doctrinal la acentúa. Que mentira no tiene acento, pero las promesas electorales, cada vez más tábidas, la acentúan...

Por el contrario, empatía tiene acento, pero ni personas, ni instituciones, ni gobiernos lo hemos demostrado con rigor en los últimos dos mil años, año arriba, año abajo. Y educación tiene acento, pero nadie, ay, ay, ay, señor Wert, se ha propuesto acentuarla equitativamente en los últimos tiempos. Y formación, tiene acento, pero nadie la acentúa de arriba abajo, como debe ser... Es como si la existencia tuviera más que ver con las buchacas de los microuniversos particulares que con el macrouniverso del bien común. Y como si el solipsismo hubiera tomado la tierra para que todo lo que compone el planeta gire individualmente a favor de cada uno de los individuos que lo superpoblamos. ¡Qué susto, tú...!

¿Y nuestro turismo?

Ídem. El momento actual de la actividad turística más que simple conocimiento requiere polimatía; polimatía en los colectivos-motor y en los individuos-motor que la impelen. Nuestro turismo es una nave que planea sobre los mismos planos, ya desgastados, desde hace demasiado tiempo. Actualmente, nuestra capacidad de maniobra eficazmente sostenible es más que insuficiente, a pesar de los últimos resultados habidos. Identificar y asumir los procesos que nos permitan modificar el rumbo a nuestro favor cuando convenga, con independencia de donde vengan los vientos portantes que nos mueven, es el reto.

Polimatía-turística, sí tiene acento, dos, además. Atrevámonos a abandonar la mediocridad. Acentuemos nuestro esfuerzo en lo esencial-creativo, en lo esencial-distintivo y en lo esencialmente sostenible. Todo lo demás serán pantomimas de la insuficiencia...