Decía Marx que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. Viene a colación la cita pues con la aparición de nuevos partidos tanto a la izquierda como a la derecha, éstos, en lo que se refiere a la relación del hombre con la naturaleza, repiten los mismos errores del pasado: la in-subordinación de la actividad económica a las leyes y límites de la naturaleza, como dejan patente con su acción política parlamentaria o de gobierno o en sus programas. Veamos.

Si nos remontamos por la historia de la segunda mitad del siglo XX, aparecen ciertos hitos ambientales que marcaron las narrativas de la última mitad del siglo pasado. En 1972 se publicó el informe sobre los límites del crecimiento, en cargado por el Club de Roma. 1973 fue el año de la primera crisis del petróleo, fecha en la que EEUU consumía el 33 por 100 de la producción petrolera total. En 1974 el químico mexicano Mario Molina, publicó en la revista Nature el descubrimiento del agujero de la capa de ozono.

En terreno político, se produjeron acontecimientos, aparentemente desconectados de los anteriores: la creación en 1957 de la CEE, la elección del neoliberal Valéry Giscard d´Estaing como presidente de la República Francesa, entre 1974 y 1981. La elección Margaret Thatcher como primera ministra del Reino Unido, quien ocupó el cargo entre 1980 y 1990. El acceso de Ronald Reagan a la Presidencia de los EEUU entre 1981 y 1989. La desaparición de la URSS en 1991 y la aparición de la globalización neoliberal.

La sucesión de estos y otros hitos ambientales y acontecimientos políticos no fue casual y ponen de manifiesto que el sistema capitalista era consciente, ya en 1970, de la crisis de recursos naturales a que nos enfrentaríamos. La globalización no es sólo un fruto singularmente ideológico del neoliberalismo derivado de la victoria del capitalismo sobre el socialismo, sino que tiene un alto componente de adaptación al escenario anunciado de recursos menguantes, que a partir de entonces deberán ser defendidos o apropiados por la guerra si fuera necesario. Sirvan de ejemplo de esto último las guerras del petróleo: la guerra civil de Nigeria entre 1967-1970, la guerra Iran-Irak 1980-1988. Las dos Guerras del Golfo Pérsico contra Irak: la de 1990-1991 y la de 2003-2013. A las que debe sumarse la guerra de Libia de 2011 y la actual guerra civil en Siria, iniciada en 2011. Y junto a ellas están las guerras por otros recursos: como los diamantes o el coltán. Y en la medida que el cambio climático se agudice y sus efectos se extremen comenzarán a producirse las guerras del agua.

La globalización, las guerras de recursos y la crisis ambiental han dejado a la izquierda en su conjunto sin respuesta, enrocada en sus principios clásicos y convertida en una fuerza conservadora. Aunque la socialdemocracia ha terminado aceptando los postulados neoliberales, momento desde el cual las diferencias entre derecha y socialdemocracia son como las de una Coca-Cola y una Pepsi-Cola. La ausencia de confrontación entre los proyectos de la derecha y la socialdemocracia neoliberales, junto a la falta de respuesta de la izquierda, produjo resignación y desafección e hizo que la gente se quedara en casa. Todo ello se ha traducido en una crisis de representación y languidez democrática, cuya consecuencia ha terminado en una ruptura de las narrativas, consensos e instituciones, sus actores y el equilibrio entre fuerzas, que ha desembocado en el surgimiento de nuevas fuerzas políticas populistas a la derecha en los países del norte y del centro de Europa (Austria, Hungría, Francia, Finlandia, Holanda) y de fuerzas políticas a la izquierda, en el Sur (Italia, Grecia, España), que tienen como objetivo la reconstrucción de las identidades colectivas enterradas por el auge del individualismo.

Una característica común tanto de las fuerzas políticas clásicas como de las nuevas fuerzas emergentes surgidas, es que todas tienen en el corazón de su proyecto político la redistribución sin límite de la riqueza, sin que ninguna de ellas haya aceptado que la finitud del planeta comporta la subordinación de la economía a las leyes de la naturaleza y que el reparto de bienes y servicios está, por tanto, condicionado y limitado por los límites físicos de la biosfera. Esta característica compartida en el contexto en el que estamos, este autismo, es una repetición de las pautas y comportamientos que el hombre ha tenido en su relación con la naturaleza en siglos pasados, aunque esta segunda vez lo es como comedia o farsa. Este no reconocimiento de la subordinación de la economía a las leyes de la naturaleza, delimita la frontera entre fuerzas productivistas y antiproductivistas y expresa la dialéctica que deberá constituir el eje principal de la política de este siglo si se quiere evitar el colapso civilizatorio. En este contexto la ecología política debe asumir su compromiso fundacional y la obligación que con él contrajo y hacer sentir a la gente que cuando vota puede contribuir a un cambio y que su voto va a crear una diferencia real. Hasta el próximo miércoles.