Demasiados políticos en los periódicos (lo avisó una vez el reportero Ramón Lobo: los periódicos se hunden bajo el peso de sus corbatas), que no es lo mismo que decir demasiada política. Porque no se trata de ocupar ese espacio informativo con reportajes sobre chabelitas, consejos de autoayuda o entrevistas al último patrocinador del medio. Aunque de todo pueda haber en la viña del editor.

En su discurso al recibir el premio Columnistas de El Mundo, Pérez Reverte aplica su reconocible bisturí a eso mismo en párrafos como éste:

«La presencia del político en la vida periodística española es asfixiante. Aquel compadreo que tan útil nos fue a unos y a otros, políticos y periodistas, en los tiempos épicos de la transición, se está pagando ahora muy caro.

El político ya no respeta al periodista, y lo maltrata. Raro es el trabajo periodístico sobre el hecho más remoto, que no incluya, con carácter casi obligatorio, alguna declaración de políticos a favor o en contra; marginando el interés del hecho en sí para derivarlo a lo que el político opina sobre él, aunque esa opinión sea una obviedad o un lugar común, o quien habla maneje mecanismos expresivos o culturales de una simpleza aterradora. Lo que cuenta es que el político esté ah퀻

Los políticos han abusado del poder para apropiarse de medios y mediadores, al tiempo que han ido marginando en sus propias filas partidistas a los políticos más críticos o a quienes tenían verdadera vocación no de hacer carrera o de practicar el tribalismo protector sino de servicio hacia la comunidad. Se ha abonado el terreno para que sólo crezcan personas no libres, por tanto personas que no buscan informaciones veraces que quizá les hagan cuestionarse su adhesión inquebrantable hacia alguien o algo, sino que buscan -y encuentran- los titulares y las firmas que les reafirmen en sus posiciones.

El resultado de que un alto porcentaje de políticos, periodismo y ciudadanía suspenda en el uso responsable, ético e informado de la libertad se puede observar en lo que rodea a las elecciones presuntamente plebiscitarias catalanas del próximo domingo. Cuando más necesario habría sido una prensa prestigiosa y unos políticos de altura que enfrentasen con honradez y sentido común un proceso demasiado cargado de emoción y del inflamado e inflamable agravio comparativo del viejo nacionalismo, es cuando una parte importante de Cataluña celebra con alegría envidiable una ilusión que les aúpa por encima de los problemas reales, aleccionada por la incompetencia manifiesta de quienes la pretenden ensombrecer con amenazas y a destiempo desde la política española, la banca y algún poder fáctico más, incluido el fútbol. Y todo eso ocurre cuando muchos catalanes quizá no tengan capacidad ya, en su feliz ensimismamiento, para abrir los ojos ante la misma incompetencia política y la corrupción acendrada desde el pujolismo en las propias entrañas del ahora exacerbado independentismo catalán.