El otoño llegó, el calor nos acompaña aún y la gente sonríe cuando la saludas. ¿No es para estar permanentemente contento? Pues no, algunos pasan por tu lado y rebuznan, de verdad y no es por ofender a Platero, no, lo que ocurre es que no somos conscientes de lo necesario que es para muchas personas ser reconocidas por sus semejantes. Es penoso estar sólo, muy triste, pero, permítanme que les diga, cuando eso nos ocurre deberíamos buscar al culpable de la situación, la mayoría de las veces no estará lejos de nosotros.

Esta tarde voy arreglar los armarios para guardar la ropa de verano. «¡Vaya cosa que dice la anciana!», dirán algunas. No lo crean porque siguiendo el refranero: «El gato escaldado del agua fría huye». Lo que debes hacer, cuanto antes lo hagas, mejor y no es que yo pueda presumir de muy ordenada, pero lo que no deseo es que me ocurra lo que hace dos años, que fui a comprar la ropa que creí necesitar para pasar la temporada que se acercaba, sin revisar lo que tenía y cuando llegué a casa tenía dos faldas iguales, dos blusas iguales y dos pares de botas casi iguales. Por eso, antes de ir a hacer más rico al dueño de mis grandes almacenes preferidos repasaré lo que tengo. Cosas de viejas. En esos momentos es cuando reconoces que cada día te pareces más a la difunta de tu madre, lo cual, en mi caso, no sería malo, pero sería mucho mejor que evitara las comparaciones porque, no sé la causa, tengo por costumbre salir perjudicada. Así que mañana iré a echar el día por el centro de la ciudad, aunque os aseguro que es una de las tareas que menos me gustan hacer y es que, en el fondo, no puedo evitar que me salgan a la luz mis orígenes gallegos: no disfruto gastando. Aunque, mirando a lo lejos, creo que hay unas nubes muy sospechosas que me van a fastidiar mi aventura.