Nadie sabe qué pasará este domingo en Cataluña, cuál será el resultado de estas elecciones claramente plebiscitarias.

Sin embargo, una cosa está clara: gane quien gane, se habrá hecho un flaco favor a la política y -digan lo que digan los independentistas- también a la democracia.

Resulta en efecto lamentable el manipulador recurso por parte de la candidatura Junts pel Si a la dialéctica «amigo/enemigo» sobre la que teorizó en su día con tanto éxito el filósofo jurídico filonazi Carl Schmitt.

Como lo es, por otro lado, la pobreza argumental de un presidente del Gobierno, que, para señalar la imposibilidad de que los catalanes sigan en la UE tras una declaración de independencia, recurre a la simpleza de explicar que los tratados europeos dicen «que un vaso es un vaso y un plato es un plato».

¿Se imagina uno a nuestro jefe del Gobierno defendiendo con ese tipo de argumentos de casino de pueblo los intereses o las razones de España en cualquier debate de altura con sus colegas europeos?

El mayor reproche que puede hacerse al Gobierno del PP en el asunto catalán es que es que haya dejado pudrirse la situación hasta extremos intolerables. Y todo ello por una inacción frustrante para todos los implicados.

Tratar además de influir en el último momento sobre los ciudadanos de esa parte del territorio español mediante el miedo no es por cierto nada democrático, como no lo es tampoco el recurso a gobernantes extranjeros para que le saquen a uno las castañas del fuego.

La clara politización del Tribunal Constitucional para convertir en un asunto exclusivamente jurídico lo que debe tener una solución política es el pobre recurso de un gobernante que abusa una vez más de una mayoría absoluta que hace mucho que dejó de ser también social sin que quiera darse por enterado.

Enredada en sus problemas internos de falta de definición en ese como en tantos muchos asuntos, tampoco la oposición socialista ha estado a la altura de las circunstancias. Y las últimas y disparatadas referencias del expresidente Felipe González a Stalin y a Siberia parecen un insulto a la inteligencia de todos.

Incluso a la de unos catalanes sometidos implacablemente a un bombardeo propagandístico de la peor especie por parte del Gobierno de la Generalitat y sus socios, que no han dudado en utilizar todos los medios de comunicación a su alcance - que no son pocos en ese territorio- para presentar su visión totalmente tergiversadora y maniquea de la relación con España.

Cuando falla la política, cuando cunde la corrupción lo mismo en Cataluña que en el resto del Estado, cuando se desatienden los numerosos problemas de los ciudadanos, es demasiado fácil buscar chivos expiatorios y culpar a otros de las propias carencias para no tener que asumir responsabilidades.

Es lo que lleva tiempo haciendo el presidente de la Generalitat y es lo que hace también el presidente del Gobierno de España, convencido tal vez de que la total cerrazón en el caso catalán va a suponer un rédito electoral para su partido en el resto de España ya que Cataluña la da por perdida electoralmente.

En ese «tótum revolútum» que es Junts pel Si, dicen que lo importante en este momento es la independencia, por lo que se aplaza la exigencia de responsabilidades por la corrupción y el mal gobierno. Pero lo que parece viciado desde un principio, difícilmente puede tener un buen desarrollo. Y si no, al tiempo.