Las mañanas de septiembre tienen dentro el seductor aroma de la contradicción, pues la naturaleza íntima de septiembre es crepuscular. Hay mucha gente que deplora este mes, porque empieza a inocularle en el espíritu el sentimiento cíclico de oscurecimiento y decadencia. Sin embargo a otra gente septiembre le hace sentirse bien, con una rara paz que en el fondo nace de la reconciliación entre las penumbras

de su propia naturaleza y las que comienzan a extenderse fuera en este tiempo del año. O sea, hay gentes otoñales, sea cual sea su edad, que en septiembre están en su elemento, y lo gozan como un regreso a la placenta. No viene a cuento hacer una confesión personal al respecto, pero en septiembre hay latente un entusiasmo que tiene que ver con la maduración, endulzamiento y conversión en licor del fruto, con el ahondamiento de la luz en la envoltura carnal y más adentro.