Ibáñez tendría en Málaga una inagotable fuente de inspiración para continuar con las hilarantes aventuras de Pepe Gotera y Otilio, aquella pareja chapucera de sus tebeos, de bigote y bombín, de mono azul, lápiz en la oreja y bocadillos de rinoceronte, personajes que usaban recalcitrantes y rústicos métodos para llevar a cabo las obras contratadas, provocando siempre un desastre aún mayor del que, en teoría, tenían que reparar. Cual historieta grotesca, el Mercado de la Merced reabrió sus puertas en la noche del pasado viernes y quedó inaugurada de forma oficial una nueva etapa asentada en la apuesta por la gastronomía y la cultura. Una propuesta gourmet (o más bién gurmé) de infiernillos y bombonas de butano en la mismísima calle, de delicatessen y medidas de seguridad aún por acreditar, de autoridades para la foto y operarios dando los últimos toques al mismo tiempo, escalera arriba y abajo... Un auténtico despropósito, otro más, que obligó a los Bomberos a intervenir e impedir la apertura al día siguiente.

Siempre tarde, siempre con prisas... Made in Málaga. El Mercado de la Merced tenía previsto abrir coincidiendo con la Feria, pero las obras se retrasaron. Ni siquiera en verano pero sí en los primeros días del otoño. Algo es algo, pensarían los promotores privados. Abrir para después cerrar. No se me antoja un buen inicio en absoluto. Ni una buena publicidad. Twitter echaba humo la noche del viernes, tanto, con las sartenes en la calle Gómez Pallete.

¿Por qué nos empeñamos en esta ciudad, por mor de las chapucerías, en reventar iniciativas que, a priori, resultan atractivas? El mercado gourmet supone la resurrección de un espacio comercial que hace poco menos de un año daba pena. Ni siquiera era necesario acceder al interior del recinto para comprobar cómo la Parca -en forma de dejadez municipal- había hecho mella en los pocos puestos de fruta, verdura o pescado que allí quedaban. No interesaba mantener el mercado y no se invertía en él hasta la llegada de capital privado, que fue muy celebrada, ya que mantenía los puestos de venta de productos frescos agrupados en un mismo espacio y renovados, y además complementaba esta oferta con la apertura de restaurantes y establecimientos gourmet. Una experiencia llamativa y novedosa que, sin embargo, por culpa de las bullas, no ha dejado de recibir críticas en las primeras horas. Incluida ésta que usted ahora lee.

Por desgracia en Málaga ya estamos acostumbrados a estas cosas. A calles que se acaban y vuelven a estar en obras solo dos días después porque alguien olvidó meter una tubería. A Palacios de los Deportes que se agrietan y hunden. O a plazas que se reurbanizan, véase la de Camas, y tienen que volver a remodelarse porque a nadie gusta y porque, por no haber, no había ni sombra. ¿Habrá tercera?