Artur Mas fracasa de nuevo pero si sus fracasos fueran números de la lotería Primitiva, el dueño del boleto sería millonario. Porque se puede decir que es el heredero político de Jordi Pujol, que quiso hacer patria con una banca y luego hizo banca con una patria, pero no se puede argumentar que esa corrupción de raíz le haya hecho fracasar. Se puede decir que su proyecto de independencia, de pura matriz fiscal, es insolidario pero eso no le ha gravado un solo voto. Se puede decir que el relato histórico en el que basa su reivindicación el independentismo es falso como una moneda de tres euros pero no que no vaya de mano en mano sirviendo para intercambios. Se puede decir que esa patraña historicista ha manipulado desde la pizarra de la escuela hasta el televisor del cuarto de estar pero se la sigue con atención desde el pupitre y sin producir en los propios una repugnancia como la de la tertulia con la que TVE1 opinó de ese último fracaso de Mas, que agriaba tanto a sus detractores como si fuera un éxito. Se puede decir que maneja un inaceptable discurso emocional pero gracias a él ha hecho que cada día sea una Diada y que casi la mitad de los catalanes haya ido a votar, muchos en familia y con el palo de selfie para inmortalizar el instante en el que fracasaron dando un paso más hacia la independencia de Cataluña del resto de España por un camino que se puede decir que es ilegal pero que están recorriendo hasta el último paso y que les puede sacar de Europa, sin que parezca preocuparles ni desalentarles. Con derrotas como estas no hay manera de ver que muerden el polvo cuando muerden oro, juntos por el sí, luego se verá. Se le pueden negar los éxitos y la razón pero en los últimos 30 años, mientras los argumentos iban menguando, no han hecho más que crecer las ganas. Las ganas están en esa cara de ganadores que no tenían los demás. Y con eso puede seguir, derrota a derrota hasta la victoria final. Mas es lo de menos.