Era un buen ejemplo para encapsular las afinidades entre el catalán, el castellano y el francés: «la casa petita», la casa pequeña en catalán. Aparecía en el prólogo del «Catalan in Three Months», el libro para aprender catalán de la editorial británica Hugo. Veterana institución en la que te ayudan a aprender un idioma en tres meses. Doy fe de que, trabajando duro, esto es posible. Sería un ingrato si no lo hiciera. El aprendizaje de los diversos idiomas que me han acompañado a lo largo de mi vida siempre llegó a buen puerto gracias a estos prodigiosos libritos.

Se me ocurrió hace un par de décadas el aprender algo de catalán. Por mi querencia de toda la vida con la lectura en otros idiomas. Y por un deber de cortesía hacia unos vecinos españoles. Mis estancias en tierras catalanas han sido siempre gratas, aunque escasas y demasiado espaciadas entre sí. En realidad aquí en la costa malagueña, por ejemplo, me es más fácil practicar el sueco (y sus primos hermanos el noruego o el danés) que el catalán. Y de verdad que lo lamento. Por eso ha sido durante estos últimos meses instructivo -y lingüísticamente provechoso- el oír en los telediarios a personajes de habla catalana, expresándose en ese idioma, acompañados en la pantalla por textos de traducción simultánea. Está siendo un buen ejercicio para ir complementando el contenido de mi libro de Hugo, que es de lo que se trataba.

El iniciarme en la lectura en esta nueva lengua fue relativamente fácil, gracias a las raíces latinas compartidas con otros idiomas de la misma familia. Aunque tuve un comienzo desafortunado. Intenté leer un libro que en realidad no era el más indicado. Una novela costumbrista situada en lo más profundo del Ampurdán. En los diálogos de los personajes era inevitable encontrarme con palabras que no estaban en mi diccionario catalán. Fue más fecundo el segundo intento. Una novela histórica trasvasada del inglés al catalán: «L'últim jueu», del estadounidense Noah Gordon. Fue una buena idea. Este «best-seller», muy bien editado por S.A. Ediciones B, me permitió una placentera navegación por este texto, publicado en español con el título de «El último judío». Y no tardé mucho en llegar a ese punto en el que las consultas al diccionario se hacían más espaciadas y más cómodas.

Creo que los catalanes son muy afortunados. No deja de ser un privilegio el estar en posesión de dos magníficos y muy nobles idiomas. Y cuando uno de ellos es el castellano, una lengua que se habla en los cinco continentes, mejor todavía. «La casa petita» se convierte entonces en la casa universal.