Como cada octubre, año tras año, el calendario nos marca el inicio de curso en las universidades. Las andaluzas, como si de la presentación de un nuevo modelo de turismo o de smartphone se tratara, hacen su puesta en escena, aunque el ‘producto’ no sea más que un relifting del presentado el curso anterior. Pocas novedades, parecidos discursos y una magnífica escenificación con incrédulos, por repetidos, mensajes rimbombantes.

Sin duda nadie discrepará, ni siquiera los que sueltan el rollo en el paraninfo, de que la Universidad, a través del conocimiento, ha de ser el motor de transformación de la sociedad. Que ha de tener un papel dinamizador predominante del progreso en Andalucía y que sin duda la universidad pública garantiza la igualdad de oportunidades. Al menos a priori, ya que si, titulo universitario bajo el brazo, aspiras a una plaza en el Sistema Andaluz de Salud y eres concejala y del PSOE en Antequera, tu ‘perfil’ será más valorado que el del resto de aspirantes. La igualdad de oportunidades cederá en beneficio de la vinculación política.

Termina el acto, más bien representación, se entona el Gaudeamus Igitur y a esperar otro año, que la memoria es de pez y seguiremos hablando del conocimiento, de la igualdad de oportunidades y de la transformación de la sociedad; eso sí, el Ranking de Shanghái, que no sitúa a la universidad malagueña entre las 500 mejores del mundo, pasado a hurtadillas. Que no contamos con ningún profesor invitado que sea premio Nobel, pero hemos tenido a Errejon, y Shanghái no nos lo ha valorado. ¡Qué injustos!

Este inicio de curso viene marcado por las próximas elecciones a rector de la UMA; parece que hay nervios. Continuismo o regeneración. No hay más alternativas. Entre las prioridades del nuevo equipo que salga de las urnas debe estar abandonar las malas prácticas que han hecho que nuestra universidad haya acaparado titulares, y no precisamente por su buen hacer. Apostar por una transparencia real más que formal y, sobre todo, asumir que la excelencia de la educación superior, objetivo de cualquier universidad, no tiene nada que ver con estériles e interesados titulares. No es cuestión de ser más o menos mediáticos, de más o menos florituras. El esfuerzo ha de venir por apoyar el mayor capital con que cuenta nuestra universidad: su capital humano; apoyar la investigación y proyectos por su interés científico, no político ni ideológico. Defender su financiación más allá del compadreo que supone el silencio cómplice que ha permitido que la Junta de Andalucía adeude más de 100 millones de euros a nuestra universidad. Tocan elecciones y toca reclamarlos. Hasta ayer nadie se percató de que las cuentas garantizan los recursos necesarios del verdadero objetivo de la universidad: los estudiantes. No es cuestión de que otros ‘apadrinen un alumno’, debe ser la institución académica la que apadrine un rector que apadrine a sus alumnos.