Hunque suena a jarabe, no lo es. Expemosen es un acrónimo que pergeñé hace años, para ayudar a mis desmañadas entendederas a interpretar el orden natural del proceso por el que los humanos sanos transitamos, hasta encontrarnos con los sentimientos. Dicho en corto: la vida nos ofrece experiencias que nos empujan a las emociones, que, a su vez, nos llevan en volandas hasta los sentimientos, para que ellos nos certifiquen como seres humanos con denominación de origen.

Aunque Edison decía que ninguna experiencia es un fracaso, porque todas vienen a demostrarnos algo, últimamente empiezo a dudar de la universalidad de este pensamiento del maestro. Y lo dudo, porque, a veces, a algunos, es la ofuscación en la propia experiencia la que nos impide tomar consciencia de la realidad de nuestro presente. Resultado: un apalancamiento que acaba condicionándonos el futuro. Ese proceder, que no entiende de edades, con el tiempo nos convierte a los humanos sanos en humanoides narcotizados por un pasado cuya toxicidad al alza tiene mal pronóstico. Las viejas experiencias viejas solo aspiran a despertar a las ancianas emociones viejas, que, exangües ya, apenas consiguen despertar de su hibernación a los sentimientos matusalenes y exánimes cuya sordera y ramplonería los hace inanes. Aquellos que no aprendimos a sumergirnos en el bravío ponto de las experiencias, so pretexto de que las emociones deben guardar las formas para no despertar a la mala bestia del incontrolable sentimiento, somos gentes muertas, con antelación, por la mano de un sistema mal entendido que termina negándole al ser humano la mayor grandeza que por su naturaleza le corresponde: sentir. Dos cucharaditas de expemosen, nos vendrían fetén en estos casos...

Vivimos una era en la que entre el rango de los nefelibatas congénitos y el de los sociópatas profesionalizados hay tanto espacio para perderse como gente perdida hay. Basta prestarle una mínima atención a los mentideros escritos, hablados y visibles, para darnos cuenta: el ser humano se está despersonalizando. Ahora se confunde tanto todo que la experiencia, la emoción y el sentimiento están confundidos. Si alguien nos preguntara qué es la felicidad nos pondría en un aprieto. ¿Emoción, sentimiento, experiencia...? Ante tamaña duda, dos cucharaditas de expemosen nos vendrían fetén...

En la ecúmene turística la despersonalización también empieza a tomar cuerpo, particularmente entre los diseñadores de producto y los diseñadores de promoción. Llevamos más de una década agitados, voceando que la madre del borrego de nuestro negocio vive en las «experiencias y emociones»; y que por ahí va la ciencia de la pesca de altura y de bajura del turista. Y parimos planes latos y complejos, pero de planificación endeble o ausente, cuando es bien sabido que la planificación es tan importante como el plan en sí mismo. Y alumbramos planes magistrales basados en la aporía como eje central del magistral invento. Y, cuando toca la perorata ecoica desde el atril, discursamos hasta la saciedad que la intención última del más novedoso plan de todos los tiempos -que es el de cada año, claro-, es su firme intencionalidad de hacerse, de-una-vez-por-todas-y-esta-vez-va-en-serio, con el santo grial turístico: el turista fidelizado, hasta que la muerte nos separe. ¡Virgen mía...! ¡Y ni parlantes ni escuchantes nos despeinamos...! Para el supermanismo gigantista, dos cucharaditas de expemosen nos vendrían fetén...

Decía Huxley -coincidiendo o fusilándole la idea a su coetáneo Sartre- que la experiencia no es lo que nos sucede, sino lo que hacemos con lo que nos ha sucedido (nous sommes ce que nous faisons de ce que les autres ont voulu faire de nous, en boca de Sartre). Y por ahí ronda el quid de la cuestión turística. Como esencia estratégica, la experiencia y la emoción en turismo son un hecho incontestable que nos exige mantener los pies en el suelo, asumiendo lo que somos y no somos, y lo que podemos y no podemos ser. Sin más gaitas. Aspirar al cliente fidelizado, hasta que la muerte nos separe -que es un cliente que ya ha sobrepasado la emoción y está instalado en el sentimiento-, en los destinos maduros es un bien solo explotable por el segmento residencial. No hay más. ¿Para qué verbalizar fábulas y quimeras en vano...?

Aunque en la familia turística la ineptitud no es la norma, haberla hayla... Y se me ocurre que, quizá, para la inepcia turística, dos cucharaditas de expemosen también nos vendrían fetén... ¿Por qué no?