La sonrisa avergonzada les delata. Casi pidiendo disculpas. Conscientes de que están rompiendo la idiosincrasia de la escenografía habitual. Como sombras lastimeras agachan sus cabezas cuando llega el camarero y retira el segundo cubierto. En una imagen que se repite todos los días en este país, se detectan los comensales solitarios que aún no gozan de la experiencia necesaria para afrontar esta situación. Donde el ego se disuelve y el vino de mesa barato que se acaba de servir se convierte en agua negra, que se bebe el alma y te ahoga, hasta la mirada del camarero parece dibujar una mueca de reproche. Como una muestra inequívoca de desaprobación social o, incluso, moral. A esos comensales solitarios me gustaría decirles que romperse constantemente la cabeza sobre qué es lo que están pensando los otros, no facilita la situación. Reflexionar sobre los efectos sociales que proyectan los actos de uno, justo cuando no se está socializando con nadie, no parece lo más inteligente. Más que solucionar nada, nos puede convertir en mudos testigos de nuestra propia desesperación. A esos comensales solitarios que en estos momentos están languideciendo sobre las mesas de España, como ramas resecas, habría que decirles que comer sin compañía también puede tener sus ventajas, y que es hora de dejar de mirar el móvil porque ya nadie va a venir. De entrada, uno disfruta de más espacio. Algo que sirve, por ejemplo, para extender el periódico en toda su grandeza. Siempre hay quien se pasa de listo y suele aprovechar la conversación para pinchar en plato ajeno si la comida le resulta de agrado. El comensal solitario tampoco tiene que preocuparse de reprimir su ira, cuando en frente no tiene a nadie a quien le pueda hundir el tenedor en la mano. En soledad, las tentativas de una agresión se reducen de manera significante porque no hay nadie que intente robar con alevosía la última croqueta que no es suya. Para los que aún desconfían, también existe la opción de almorzar en la barra. Ahí se disipan por lo general todas las sospechas que pudieran apuntar a que uno está buscando desesperadamente contacto, mientras que yace con el alma teñida de púrpura. Personalmente, si alguien se avergüenza de comer en solitario, yo le recomendaría optar por la lectura. ¿Puede haber algo más elegante que pasar las páginas de un diario de referencia, a la vez que se mastica la trivialidad del tiempo?