El otoño, que se hacía el remolón, está dando sus primeros pasos. El monte San Antón luce, según distingo desde la ventana de mi despacho, como un camello en el oasis: tieso, con la cabeza erguida y gruñendo. No importa, cuando se dé cuenta de que no le hacemos caso desaparecerán sus humos y nosotros, después de ponerle flores a nuestros difuntos, pensaremos en la Navidad. Sí, pero no en las fiestas del año pasado, ni en las de hace cinco años, pensaremos en las de nuestra infancia. Entonces nuestros padres no disponían de tantos manjares como los que disponemos hoy. Pero ¡oh milagro! las mamás sabían hacer y hacían toda clase de dulces, de roscos, mantecados, pestiños propios de estas fiestas. Yo sé que a los míos - incluida yo- no nos gustan mucho los dulces, pero, díganme ustedes, ¿qué son unas Navidades sin los dulces tradicionales? Por eso yo voy a la mejor pastelería del Centro, los compro y los pongo en la mesa esos días y, aunque no los pruebo, hubo en nuestras largas vidas personas muy queridas a las que les encantaban. ¿Quién sabe si ellos participan con nosotros en nuestras tradicionales cenas en familia? Por eso no cuesta ningún trabajo ponerlas al alcance de los que están y de los que pudiera ser que estén. ¿No es lindo?¡Ah! ya están terminadas las eternas obras de la nueva carretera a Almería. Estamos dispuestos a recorrerla cuanto antes porque, en menos de dos horas podemos acceder a nuestra preciosa ciudad hermana. Hace unos tres años fuimos y, la verdad, nos encantó. Esta experiencia espero repetirla pronto.

He recibido dos mensajes pidiéndome que comente la poca asistencia de público a la Rosaleda. ¡Ánimo malaguistas! Ayudemos a nuestro club y prometamos asistir, al menos una vez al mes ¿Vale? A veces no se va por no perder una siesta. ¿Tenéis idea lo que nos engorda una siesta?