Estos días se ha celebrado en Málaga, en el corner de Picasso, un encuentro de representantes de casas natales o residencias de personalidades célebres de todo el mundo. Han venido responsables de la casa de Cervantes y Mozart, de Ibsen, Lorca o Hans Christian Andersen. Hombres de letras, escritores, casi todos, salvo Mozart. Merecidamente homenajeados por su talento. No vamos a poner pegas desde aquí a eso, siendo como somos letraheridos y mitómanos fan de los escribientes. Sin embargo, no sabemos si habrá casa natal, la merecerían, del inventor del fútbol o el whisky, del abrefácil o el post-it; de internet o de la navaja suiza multiusos. Del que parió el telégrafo sin hilos o la epidural. La minifalda, el Okal, los tintes para el cabello o la tracción a las cuatro ruedas. En cada pueblo o villorrio debería haber una casa natal, pero se ve que no. Ellos se lo pierden. En ingresos, queremos decir. O nos lo perdemos nosotros, cuando hacemos turismo, vaya usted a saber. En Málaga hubo mucho tiempo en el que un turista podía ir y ni enterarse de que aquí nació Picasso. Hay Hay casas natales de políticos, incluso casas natales de políticos abandonadas y cochambrosas, como la de Cánovas. Casas apócrifas, como algunas de Mozart. Uno viaja por centroeuropa y puede ir a la casa de Mozart en un montón de sitios. O este hombre gastaba mucho en mudanzas o hay algunos alcaldes y promotores turísticos son unos piernas. En la casa de Antonio Machado en Segovia uno siente el talento del poeta, su desasosiego, el frío de los inviernos y los desamores trufados de versos. Está su cocina casi intacta. Se siente en la nuca una punzada de emoción al pensar que tal vez ahí, con un café en la mano, mirando la escarcha por la ventana pensara algunos de sus poemas. En la de Segovia, sí, que luego va uno a Soria y ya ve mucho más presente las huellas de aquel hombre bueno. En la casa de Freud, en Viena, están sus utensilios médicos y hasta sus adminículos de fumador, divanes y una atmósfera como de película de entreguerras. La casa de Blasco Ibáñez es un casoplón rehabilitado cerca de la Malvarrosa donde después de comer un arroz en La Pepica uno puede solazarse aprendiendo como fue la vida de aquel republicanote grandullón, prolífico, multitarea y emprendedor. Hay casas natales que podrían estar en mejor estado pero sobre ellas cae la garra de la peor política: la de Unamuno en la calle Ronda de Bilbao. No poca gente prefiere visitar las tumbas y no los lugares de nacimiento. Muy recomendable para ellos es el cementerio de Pere Lachaise, una gozada ajardinada inmensa en la rue du Repos de París. Allí están Largo Caballero, Apollinare, Balzac, Jim Morrison, Juan Negrín, Oscar Wilde, Proust, Delacroix y cientos de celebridades, entre ellas Victor Noir, a cuya estatua tumbada a tamaño natural es tradición para buscar suerte o fecundidad frotarle con la mano la entrepierna. Por eso ha perdido el color original y así le ha quedado al hombre descolorido el paquetón. En un duelo a los 22 años murió. Cien mil personas fueron a su entierro en 1870. Luego sale uno y se da al queso y al vino como si mañana fuese a acabar como él.