Estamos en el fin de una etapa desde el punto de vista geopolítico y esto se traduce en inseguridad e incertidumbre mientras desaparece el viejo orden heredado de la Segunda Guerra Mundial y uno nuevo toma su lugar. Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 acabaron con la breve supremacía americana que había seguido a la desaparición de la URSS y ahora lo que queda del castillo geopolítico de naipes trabajosamente elaborado en 1945 se está desmoronando ante nuestros ojos mientras el vacío de poder provoca competencia entre quienes pretenden rellenarlo. Las características del momento actual son la retirada norteamericana, la decadencia europea, la emergencia de nuevos actores y el desplazamiento hacia el Pacífico del centro de gravedad mundial, como confirma la reciente firma allí de un acuerdo de libre comercio que engloba a países que juntos representan el 40% del PIB mundial, mientras que aquí se habla de poner fronteras en el Ebro. Estamos locos.

Todas las transiciones acaban siendo traumáticas porque implican un nuevo reparto de poder a escala planetaria. Vamos hacia un mundo multipolar con varios centros de decisión en tensión y competencia mutua mientras se deberían adaptar las viejas instituciones políticas (Consejo de Seguridad de la ONU) y económicas (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional...) al nuevo contexto en el que tendrán mucha influencia factores como la población, el impacto de la tecnología y la creciente y preocupante preeminencia de la economía sobre la política. Al margen, naturalmente, de otros problemas como la injusta distribución de la riqueza, la proliferación nuclear, el cambio climático, los conflictos localizados, la crisis económica... Según se combinen estas variables obtendremos diversos modelos, sabiendo que la Historia es refractaria a las profecías.

Hoy hay 7.200 millones de personas en la Tierra. En 2050 seremos 9.000. Esto es una barbaridad si consideramos que en 1800 la humanidad alcanzó su primer millardo. Seremos más ricos, más cultos, más sanos, más longevos, más urbanos, más cosmopolitas... las clases medias crecerán mucho y con ellas se disparará consumo de alimentos (+30%), de energía (+40%) y de agua (+45%), lo que augura mayor competencia entre países por asegurar el abastecimiento de recursos escasos. También se dispararán los gastos sanitarios y de pensiones. Habrá que construir vastas infraestructuras urbanas e interurbanas en Asia y África y se intensificarán los movimientos migratorios. Los países con población joven tendrán ventaja sobre zonas de población envejecida como Europa o Rusia.

En paralelo, la tecnología nos hará a la vez más informados, más libres... y más controlados aunque también dará más poderes al individuo frente al Estado. Se sacrifican nuestros derechos individuales en nombre de la sacrosanta seguridad. La innovación producirá concentración de poder en ciertos países y en los grupos de población mejor formada y ello intensificará la movilidad social y geográfica. La dislocación empresarial y la externalización de muchos trabajos harán que pueda haber crecimiento y desempleo estructural en un mismo país.

Especialmente grave será el creciente peso y autonomía de la economía en relación con la política. Grandes corporaciones o fondos de inversión manejan hoy cantidades superiores a los presupuestos de no pocos Estados en cuya política intervienen de forma desvergonzada, mientras instituciones financieras de dudosa imparcialidad reparten certificados que abaratan o encarecen la deuda y facilitan o imposibilitan el acceso al crédito internacional. Los Estados se ven forzados por las fuerzas económicas a adoptar medidas de alto coste social que quedan sustraídas al debate público, planteando serias preocupaciones de transparencia, moralidad y, en definitiva, de democracia.

Y es que hoy la democracia pierde atractivo. Según un informe de Freedom House, un 40% de la población mundial vive en democracias y el otro 60% lo hace en dictaduras o en democracias imperfectas. Recordemos que contra lo que algunos parecen pensar, democracia es mucho más que votar, en Venezuela hay elecciones. Robert Kagan afirma que la política sigue a la geopolítica y así los regímenes fascistas y comunistas florecieron en la estela del nazismo y el estalinismo, mientras que luego se impuso el modelo americano de democracia y economía de mercado, hoy puestos en entredicho por la crisis económica y el repliegue de los EEUU. En su opinión los países fuertes en cada región servirán de modelos: en Asia lo hará China y en su entorno tenderán a crecer países autoritarios y también la democracia sufrirá en América Latina ante el desinterés de Washington y la falta de liderazgo regional de México o Brasil. Otros autores aducen que aunque hay ahora menos dictaduras que hace veinte años, las actuales son más duraderas, se disfrazan evitando uniformes y sables y convocan elecciones de vez en cuando: Venezuela es un buen ejemplo.

Y en España constatamos que nuestra calidad democrática es manifiestamente mejorable, lo que exige extremar los controles y emprender una lucha implacable contra la corrupción, contra partidos que se financian con opacidad y ponen sus intereses por encima de los de los ciudadanos. Necesitamos un país donde sea posible un debate civilizado sobre la organización de nuestra multisecular convivencia, donde se busquen consensos y no descalificaciones, donde se procure convencer y no imponer, donde la sustancia predomine sobre la anécdota, donde nadie diga que es democrático violar la legalidad vigente y donde no haya miedo a reformar (previo acuerdo sobre los objetivos) lo que haya que reformar porque solo lo flexible perdura mientras que se quiebra lo más rígido. Parece ciencia-ficción.

*Jorge Dezcállar es exembajador de España en EEUU