Economía con alma». Parece un eslogan, aunque no sabemos de quién o qué. Ninguna empresa capitalista (en el caso de que haya empresas socialistas) se atrevería a utilizarlo en un anuncio. ¿Se imaginan al Banco de Santander o al BBVA, por citar dos grandes, presumiendo de espíritu? Saltarían chispas en las secciones de opinión de la prensa diaria y en las parodias de la tele. No digamos si se le hubiera ocurrido la idea a Volkswagen. Automóviles con alma. Volkswagen como la banca, de tener, tiene intestinos por los que expulsa desechos que nos matan. Lo más parecido a la insinuación del alma fueron las Conversaciones del Sabadell. Parecían sermones. Iker Casillas, que en su día promocionó al BBVA, anuncia ahora una firma de abogados que se querella contra Bankia. Al portero le metieron un gol de unos cuantos cientos de miles con esas acciones que arruinaron a multitud de ahorradores.

Lo curioso, o contradictorio, es que si algo tiene alma en este mundo es el dinero. ¿Se atrevería usted a tirar a la basura un billete, pongamos, de 50 euros? Desde luego que no. Y no por su valor material, pues materialmente hablando no es más que un pedazo de papel que a lo mejor ha pasado ya por más de cien manos, algunas muy sucias. Lo que proporciona valor al billete es su capacidad de compra, su espíritu. Nada más espiritual, perdónenme porque acabo de descubrirlo, que el papel moneda. De hecho, no lo amamos por su aspecto físico, sino por su inteligencia. Y si un billete de 50 euros tiene el talento que tiene, imagínense uno de 500. De mil no existen porque no existe cuerpo físico capaz de contener un alma de ese tamaño. Bien visto, las cajas fuertes de los bancos, más que materia, contienen cantidades ingentes de espíritu.

Íbamos a que lo de la «economía con alma» es, según hemos leído, un invento de los asesores de Rajoy para la campaña electoral en curso. Le han dicho que después de estos cuatro años de economía criminal hay vender un poco de ilusión, de inmaterialidad, de quimera. Ha llegado, con la recuperación, el momento de vender el alma y de venderla asociada a los números. Ni el diablo, creo yo, la compraría.