Mientras se acumulan récords significativos en nuestro sector turístico: aeropuerto, número de pernoctaciones, consumo por turista, cruceristas€ alargando la tan temida temporalidad. Cuando el destino Málaga capital pasa por su mejor momento en los ámbitos cultural, de congresos y ocio; en esta coyuntura tan positiva se genera un mal tiempo donde la ciudad padece una de sus dolencias urbanas más gravosas: la eternización de las obras del Centro, las cuales impregnan las retinas de los visitantes observadores de un espacio histórico desfigurado por socavones. A las ya retrasadas obras del metro, con su caos circulatorio por el nuevo trazado del contexto Alameda, Mármoles, Armengual de la Mota, avenida de Fátima -a modo de daño colateral-, se les suman los sempiternos trabajos en calle Panaderos, entorno Catedral, Puerta Nueva y plaza de Camas, ésta en concreto como claro ejemplo de la ineficiencia programada, definida por realizar dos veces un mismo proyecto, práctica inherente a esta villa concretada muy acertadamente por el preclaro poeta José García Pérez quien la versa como «la que todo lo acoge y todo lo silencia». Tanto sigilo de nuestros próceres por los retardos de las reformas como ruido y polvo engorroso e interminable, manteniendo en un estado de enervación constante a vecinos, comerciantes y transeúntes quienes expían tantos aplazamientos y demoras. Estoy de acuerdo: toda rehabilitación requiere de un sacrificio, pero no comparto que éste se eternice con los graves perjuicios económicos, sociales y emocionales ocasionados. Les invito a recordar a Aristóteles cuando plantea «que somos el resultado de lo que hacemos repetidamente. La excelencia entonces no es un acto sino un hábito». Por favor, señores gestores públicos, búsquenla e implántenla.