Imagine, vecino, que un buen día se levanta y decide cambiarlo todo. Romper el status quo establecido en su edificio porque hace tiempo le dijeron sus padres y sus abuelos, que nacieron y murieron en ese mismo bloque de Huelin, que las cosas no son como ahora. Y entonces se pone a hablar con sus vecinos de la puerta de al lado que, hombre, no llevan viviendo allí toda la vida, pero tampoco les importaría mucho darle algún que otro retoque al edificio. En un visto y no visto, ya todo el rellano de su piso, el cuarto, comulga con sus ideas de que hay que hacer algo. En unos meses, toda la escalera, toda la letra C de un edificio que acaba en la E y empieza en la A, está de acuerdo con usted, vecino. Y con este apoyo, con la fuerza que le da la quinta parte del vecindario, le envía un whatsapp al presidente de la comunidad, que vive abajo, en el segundo, y que no tenía ni idea de lo que se estaba cociendo en la escalera porque todo sea dicho, tampoco es que sea muy avispado. Él le dice que lo siente, pero que no puede ser, que hay unos estatutos que se tienen que cumplir, que cómo va a ser eso de no pagar las cuotas de la comunidad ni los recibos de la luz, que el Ayuntamiento no les va a dejar duplicar el número del portal para añadir uno más a la calle y, lo que más le duele y le preocupa, que qué va a pasar con la liga de futbito que tienen todos los niños de la comunidad, porque sus hijos comparten equipo. Muchos mensajes que casi le dejan sin datos en el teléfono móvil, a pesar de los apenas cuatro tramos de escalones que los separan, y es que el presidente ni se ha dignado a subir dos pisos, tomarse un café y charlar amigablemente del asunto así que usted, vecino, para ponérselo más claro pone a su mujer con una urna en el portal y por ella se pasan los vecinos con una papeleta. Los de su escalera, la C, mientras el resto de convecinos lo miran con una mezcla de recelo y preocupación. Y deja de pagar las cuotas. Y empieza a sacar la basura a la hora que le da la gana. Y ya ni saluda a los de la B o de la D sabedor de que, si la cosa se pone fea y le llaman al orden, tendrá a todos sus vecinos de la C aclamándole y vitoreándole en la puerta del juzgado o del cuartelillo, a pesar de que para defender su loca idea, jamás se pasó por la reunión de la comunidad de propietarios de su edificio.