No soy muy de fútbol. No soy nada de fútbol. A veces, para saber algo sobre la materia leo a colegas que están más puestos, incluso en el trato que algunos programas de fútbol, que me pierdo, dan a las noticias. Por eso siempre estoy al tanto de lo que escribe en Facebook Antonio López, un ojo y oído privilegiados para detectar gazapos, incongruencias, faltas, titulares imposibles en periódicos, o crónicas de reporteros que hablan y hablan sin darse cuenta de sus errores fruto de la ignorancia, impericia, desgana, o trabajar sometido a una presión inmanejable de quien él llama en la prensa escrita, con atinada ironía, «el juntaletras». Es un corrector nato, figura que ya no existe en las redacciones, con la falta que hace para enmendarnos la plana. En una de sus observaciones escuchaba a una reportera de 7TV, la autonómica de Murcia, que hablaba desde Madrid… «es posible que hoy se apruebe el plan favorablemente». Lo difícil sería, apunta Antonio, que lo aprobaran desfavorablemente. En otra observación destaca que «mientras toda la prensa, radio y televisión extranjera y española habla y debate esta noche de los resultados en Cataluña, la televisión murciana emite un programa ¡para analizar las elecciones en Grecia!, con un par, sí señor». Por ahí van sus gazapos, erratas, incongruencias, algunas de verdad hilarantes. Es el poli bueno de la prensa. Lo que quiero decir es que aunque uno no sea muy de fútbol hay expresiones que enseguida dirigen tu pensamiento al fútbol, y como Antonio lee, ve y escucha de otra manera, y de forma natural, gracias a él supe que en los programas deportivos, incluidos los de TVE, usan técnicas rastreras, contrarias al buen periodismo, para mantener la atención del espectador. Minuto y resultado era un programa sobre fútbol que emitía La Sexta la tarde del domingo para hablar de la jornada futbolera y presentaba Patxi Alonso y luego Miguel Serrano.

Asunta Basterra

El término se hizo fuerte, y hoy minuto y resultado se asocia con el fútbol. Pero en este instante es cuando el juntaletras pega la vuelta —ay, Pimpinella— y viaja al saco de los horrores de las cadenas de televisión porque desde el día 1 de este mes a todas se les ve un hocico como de animal hambriento con gana de sangre. Ese día acudían al juzgado de Santiago de Compostela Rosario Porto y Alfonso Basterra, los padres de Asunta, la niña que fue asesinada por, esa es la acusación, sus propios padres. No sé si siguen este circo, pero es de las cosas más indecentes de los últimos tiempos, de los tratamientos en televisión más barriobajeros. El infanticidio es uno de los crímenes más horrendos. Si además en el punto de la sospecha están los padres, da igual que sean biológicos o adoptivos, como el caso de Asunta, el hervidero emocional se desmadra. Las televisiones también. Aún está fresco el olor de la pólvora festejando las audiencias con el caso de los niños Ruth y José. El día 1 de octubre, a las puertas del juzgado en Santiago de Compostela, un puñado de carroñeros se disputaba la crónica más puntillosa, el comentario más morboso, el detalle más sutil. Nacho Abad entraba en directo en Espejo público y contaba el minuto a minuto del juicio. La débil voz de la madre, cabizbaja, el lenguaje corporal del padre, los problemas de aquélla con el lupus, las medicinas que toma, el estado somnoliento de la cría, el gesto ausente del padre, el truculento análisis de un tipo sin escrúpulos, un timador, que aseguró al ver unas imágenes de Asunta tocando el piano que la niña ya barruntaba que iba a ser asesinada. Más bajo no se puede caer. Las crónicas se suceden como si jamás hubiera habido en España un caso que hoy es ejemplo de hedor informativo y gangrena televisiva, el de las niñas de Alcàsser.

El gran «reality»

Llama la atención el paralelismo entre el exhaustivo análisis que los especialistas hacen de lo que concierne al fútbol y el minuto a minuto del juicio por la muerte de Asunta. Esta semana veía en el matinal de Antena 3 cómo analizaban, con meticulosidad de cirujano, las reacciones de Cristiano Ronaldo al recibir, creo, su cuarta bota de oro, supongo que algo preciadísimo en su mundo. Contaba el narrador que el premiado recibía las alabanzas de los oradores, desde el presentador, que se lio con la lengua y no atinaba a decir bota sin pasar antes por botella, al presidente del club, Florentino Pérez, con cara de palo, adusta y seria, como una estatua, como el que piensa que aún es poco, que son migajas para su estima. El narrador del reportaje analizó segundo a segundo la reacción del astro, su dorada piel curtida bajo el sol de Marruecos, sus ojos fijos, sus labios apretados, su inexpresiva mueca, sólo un poquito animada con las palabras del embajador portugués. También aquí había niño por medio, el hijo del luso, un Cristiano Jr. que, «está contando con sus deditos los premios del padre, pero la abuela le dice que es mejor empezar a contar con el dedo índice y no con el corazón». Seguí arrobado una crónica plagada de imbecilidades, de cursiladas, un relleno periodístico. Igual que el tratamiento informativo del juicio por el crimen de Asunta. Todas las cadenas, desde una TVE que abre sus telediarios con detalles escabrosos, a las privadas, han convertido este juicio en un tablero de juego donde todas gritan el minuto y resultado, y donde todas, a una, parecen coaligadas para convertirlo en un programa apestoso y ruin de telerrealidad —género basado en la presentación de casos, vivencias o conflictos, reales o inducidos, dice la RAE—. El caso Asunta es el gran reality que sueñan las cadenas. Aúna niños, adopciones, adultos separados, padres sospechosos, somníferos, un bosque y la muerte de una criatura inocente. ¿Quién da más? Véanlo, está en todas las emisoras, no se pierda ni un detalle.