El alcalde de Málaga se sometió el otro día durante más de una hora a las preguntas de los alumnos de un colegio. También, como los de otras ciudades, lo hace periódicamente con otros colectivos. Más que un baño de gloria es un baño de interrogantes. Preguntas de viva voz, curiosidades, inquietudes, dudas. Un muchacho quería saber por dónde va a ir el metro, otro que cuánto trabajan los concejales. Una vez un asesor le dijo a un político que no fuera a los colegios, que era perder el tiempo, que los niños no votan. El político le respondió que sus padres, sí. Los niños no olvidan. Así que mucho menos van a olvidar que un alcalde les ha dado la mano o les ha contestado a una pregunta. Claro que para eso, el munícipe en cuestión, o tenga el cargo que tenga, habrá de hacerlo bien. Es conocido que también los niños están lleno de malicia por inocencia. Podrán en casa verde al político si este ha tenido un mal gesto o un gesto que a su juicio no ha sido amable. A los políticos les gusta responder preguntas. Bueno, no. Les gusta escucharse. Les gustan las preguntas pero no de la prensa. No de quien debe hacerlas. Es como si te gusta el agua pero no la del grifo. Como si te gusta bailar pero no con música. Rajoy habla a través de un plasma y hay políticos que hablan en un atril. Y cerrar de ojos. Las palabras que un político detesta más son tres: no lo sé. Y mira que son fáciles de pronunciar. Pero les preguntas algo, aunque sea en ámbito privado y siempre sueltan una teoría o argumentario o improvisan o repiten algo que han escuchado o emiten un juicio a bote pronto. Nunca dicen ´no lo sé´. No son partidarios de Descartes, que pensaba luego existía. O sea, que dudaba. De esto se podría colegir que no piensan pero no es exactamente así. Más bien es que no callan. Hay que ser valientes para responder a un grupo de adolescentes que ya de por sí viven soliviantados y pueden ponerse impertinentes con la misma rapidez con que un día plácido en el Caribe torna a lluvioso e inclemente. Harían falta más foros donde los responsables públicos acudieran a satisfacer las dudas de la gente. Lo malo es que no sabemos si hay tantas preguntas. Va de suyo que tampoco hay respuesta para lo que verdaderamente nos preocupa. Cuánto gana, inquiere uno, en qué emplea el tiempo libre, apostilla un chavalote. El alcalde o concejal o presidente se desnuda entonces y camina dialécticamente entre la sinceridad y la pose. Y es que, la política también es esconder. Por ejemplo, si eres concejal de Obras Públicas o Comercio y vas a un coloquio y te preguntan por tus hábitos es de mala nota decir que has pasado la noche leyendo a Sade con un látigo en la mano dando sorbos de champán rosado. Hay políticos que hablan tanto que no sabemos qué piensan. Es una gran paradoja. Mucha gente cuando ve una paradoja se sube a ella y ya no se baja nunca. Con lo fácil que es ir en taxi. Las paradojas quiebran la rutina argumental. Es paradójico escribir un artículo sin caer en paradojas. Esto no lo pregunta nadie en un instituto. Todos llevamos interrogantes dentro. A veces nadie se aviene a contestarlos. Tal vez son más felices los que no se hacen preguntas.