Lo bueno de tener un líder que no se inmuta con la que está cayendo en su partido y en el Gobierno es que el cambio de ejecutivo que se avecina por un posible pacto entre PSOE y Ciudadanos también será tranquilo. Cuando Mariano Rajoy despierte de la siesta se hallará embalado en cajas de cartón camino de la sede del PP en la calle Génova, donde tampoco tiene seguridad plena de que pueda colocar sus cosas en la mesa. En la puerta hay cola para sentarse en ese despacho. Quedan poco más dos meses para las decisivas elecciones generales del 20-D y en menos de dos semanas se han encadenado una secuencia de acontecimientos en el Gobierno y en el Partido Popular que desnudan los miedos internos y nervios que tienen los populares ante la próxima cita electoral. Parece que el partido, huérfano de un liderazgo solvente ante la dejadez de Rajoy, que centró todos sus esfuerzos en la recuperación económica, ha entrado de cabeza en una espiral de autodestrucción masiva, quizás un poco comparable a la que protagonizó hace casi 40 años la UCD de Adolfo Suárez. Y no es una exageración. Si en las pasadas elecciones municipales dirigentes populares confesaban en privado que les perjudicó tanto la marca PP como Rajoy, ahora ni esconden ni disimulan que la organización ha saltado por los aires.

Es difícil que un partido en vísperas de unas elecciones de especial trascendencia se desangre y deshilache por los cuatro costados como lo está haciendo el PP, muy dado hasta ahora a una férrea disciplina vertical. Y para mayor gloria de la oposición se autoinmola en público y casi en prime time televisivo. Asombrados aún por el duelo diálectico entre José María Aznar y los principales líderes del PP tras el fracaso rotundo en las elecciones autonómicas catalanas, nadie podía esperar que este cruce de mensajes pudiera elevarse. Y, la verdad, es que los populares se han metido en harina y están superando a los socialistas, partido con una larga tradición a sus espaldas y muy virtuoso a la hora de lanzar andanadas de «fuego amigo».

Arrancó la semana de despropósitos populares con el ministro Montoro rajando de casi todos sus compañeros del consejo de ministros, diciendo que hay compañeros suyos que se averguenzan de ser del PP o atacando a cuchillo a Aznar: «No puedo admirar a alguien que se dedica al business y da lecciones desde fuera», confesaba en las páginas de El Mundo. Después, el ministro García-Margallo respondía a Montoro diciéndole: «Si eres ágrafo y no lees... Yo publico libros todos los años», después de que su homólogo de Hacienda le achacara «arrogancia intelectual» e inmovilismo ideológico. En esto que interrumpe su baile la todopoderosa Soraya Sáenz de Santamaría para mediar entre los dos ministros, mientras que por la puerta de atrás dimite y en solitario la presidenta del PP el País Vasco. La marcha de Arantza Quiroga permite, además, que los medios de comunicación pongan los focos en la falta de referencias de futuro del PP en 10 de las 17 comunidades españolas, donde los perdedores de las autonómicas están a la espera de relevo y en otras el partido se despacha por unas gestoras.

Este baile de máscaras aún puede ir a peor cuando llegue la hora de elaborar las candidaturas al Congreso y el Senado, y los que pretenden renovar el partido, como Juanma Moreno en Andalucía, se encuentren que Zoido, Teófila, Arenas, Sanz, Villalobos... tienen ya en mano el billete de AVE que les conduce a Madrid.

Pero si el jaleo interno es formidable, en el Gobierno no andan más espabilados. Mariano Rajoy se empeñó en aprobar sus quintos presupuestos cuando fue elegido para que elaborara cuatro y llega la Comisión Europa y se los devuelve a corrales. En estas sale Rafael Hernando (nunca defrauda) y responsabiliza del toque de atención de Europa al déficit que han provocado los ayuntamientos gobernados por PSOE y Podemos, cuando los insensatos llevan poco más de cien días. Es interesante que ni Montoro ni De Guindos, que aún se relame de su derrota europea, salgan a corregir la tontería suprema del portavoz del PP.

Cómo estarán las relaciones dentro del partido para que todo lo acontecido durante estas dos últimas semanas parezca que sea fruto de que sienten que se avecina un cambio de ciclo cuando casi todas las encuestas les conceden una victoria ajustada el 20-D. Cosa distinta es que puedan gobernar por los posibles pactos.

La encuesta que hoy publica La Opinión de Málaga, aunque se centra solo en el electorado andaluz, desvela que Ciudadanos sale reforzado del acuerdo con el PSOE de Susana Díaz. Albert Rivera ha logrado que se visualice en Andalucía (no perdió ni un minuto esta semana en presentarse en Sevilla para acaparar la atención por la aprobación de las cuentas andaluzas) su estrategia de aparecer como una opción centrista que posibilita, desde dentro del sistema, un cambio no rupturista, o que Ciudadanos sirva para dar estabilidad a los gobiernos. El sondeo también refleja un desplome importante del PP, que perdería 17 puntos y 11 diputados en relación a las generales de 2011, si bien hace cuatro años el PP rompió con creces su techo electoral en Andalucía. Si esta debacle se repite, como parece, en el resto de comunidades, el PP sufriría un descalabro achacable a su loable empeño en limitarse a las necesarias reformas económicas y enterrando una reforma en profundidad de la estructura del Estado; a los casos de corrupción, donde la foto de Rodrigo Rato entrando en el coche policial como un delincuente superó con creces los destrozos del «Luis, sé fuerte» y por el abandono que Rajoy hizo del partido confiado en la estrategia de Sáenz de Santamaría de que es posible un Gobierno sin partido basado en una gestión por técnicos altamente cualificados.

Menos mal que Rajoy reaccionó ayer. Organizó una excursión con todos por los montes de Toledo y problema solucionado. Sí, sí. Solucionado.