Cómo habrán sido las crónicas sociales del día de la Fiesta Nacional que hasta la directora del Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades del Gobierno de Mariano Rajoy, Rosa Urbón, ha hecho un tímido comentario sobre la inconveniencia de hablar únicamente de la apariencia de las féminas, y no de su discurso y su representación.

No es que se pueda esperar mucho pensamiento vanguardista destilado de la narración de un acto que consiste en un desfile castrense y un besamanos kilométrico en el Palacio Real, pero no deja de llamar la atención la ranciedad que acompaña a cualquier exaltación de la patria española, así pasen los años y los reinados. Muy mona iba la mujer del socialista Pedro Sánchez, y poco adecuada la ministra de Fomento, Ana Pastor.

Una lección de estilismo daba la presentadora de televisión Mariló Montero, mientras que la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, parecía «una funcionaria de Correos de los años 40».

La presidenta de Andalucía, Susana Díaz, regular y la de Madrid, Cristina Cifuentes, fatal e impropia, pero menos que la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santa María. Impecable la reina Letizia y bla, bla, bla. En mi modesta opinión, las dos que acertaron plenamente con su atuendo para la solemne ocasión fueron la presidenta de Navarra, Uxue Barkos, y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que declinaron participar en el festejo de la hispanidad y se quedaron tan tranquilas en su casa, quiero creer que en chándal.