Es difícil imaginar una mayor descomposición en el seno de un organismo como está ocurriendo en la Federación Internacional de Fútbol (FIFA), donde todo, absolutamente todo, huele hoy a podrido. Por ello la decisión de su Comité de Ética de suspender provisionalmente 90 días de sus funciones al presidente Joseph Blatter, al vicepresidente Michel Platini y al secretario general Jérôme Valcke; y por seis años al exvicepresidente y candidato a la presidencia el surcoreano Chung Mong-joon no puede significar el final, la solución, a una historia de corrupción perfectamente pergeñada a lo largo de los años sino sólo el principio de esa solución.

No basta con limpiar una capa de polvo, hay que extirpar un tumor que parece tremendamente profundo y extendido. «Dos generaciones de directivos de Federaciones dependientes de la FIFA han utilizado sus cargos para crear una red de corrupción sistemática y desenfrenada» Son palabras de la fiscal general de Estados Unidos Loretta Lynch.

La sanción (una suspensión provisional por 90 días ampliable en otros 45, y que ya ha sido recurrida por los afectados) no parece especialmente dura, pero es la máxima que puede tomar el Comité de Ética de la FIFA. En el fondo da igual que se trate de 90 días, de dos semanas o de cuatro meses. Lo importante es que viene a confirmar el problema interno que afecta a los grandes popes del fútbol mundial.

¿Recuerdan? A finales de mayo eran detenidos en Suiza una docena de directivos de la FIFA en el marco de una investigación del FBI estadounidense acusados de cargos como corrupción, blanqueo de capitales, sobornos€ Una lista en la que figuran el costarricense Eduardo Li, el nicaragüense Julio Rocha, el británico Costas Takkas, el trinitense Jack Warner, el uruguayo Eugenio Figueredo, el venezolano Rafael Esquivel, el brasileño José María Marín, el paraguayo Nicolás Leoz, el caimanés Jeffrey Web, el chileno Harold Mayne y los estadounidenses Daryll Warner, Aaron Davidson y Chuk Blazer. Unos siguen encarcelados en Suiza, otros ya han sido extraditados a Estados Unidos y están «colaborando» en las investigaciones. Es el caso de Blazer, en su día íntimo colaborador de Blatter y convertido en el «topo» del FBI en la FIFA cuando se vio cercado y decidió tirar del hilo del escándalo.

Ahora a Blatter y a Platini les han señalado directamente desde dentro de la propia casa que presidían. Para el suizo la suspensión de sus funciones no es más que un adelanto de su retiro, previsiblemente dorado, que tiene establecida la fecha del próximo 26 de febrero; para el francés, por el contrario, puede suponer un obstáculo muy grande sino el mismísimo final de su carrera hacia la presidencia de la FIFA.Y es que no es fácil justificar esos dos millones de euros recibidos en 2011 de manos de Blatter por unos supuestos trabajos efectuados para el mismo Blatter de 1999 a 2002.

El ahora suspendido (provisionalmente) presidente de la UEFA no tiene ningún contrato que justifique ese pago y asegura que solo posee un acuerdo verbal con Blatter. Mantiene que tardó nueve años en cobrar ese dinero que se le había prometido a causa de «la situación financiera de la FIFA en aquel momento». Pero la propia Federación Internacional presumía en 2003 de tener un excedente de beneficios de 115 millones de euros -hoy ya supera los 1.500-, lo que casa mal con el contexto del que habla el exfutbolista galo. Además, Platini tenía un contrato firmado con la FIFA por su asesoramiento en aquella época, por los que cobraba entre 300.000 y 500.000 euros por año, por lo que no se entiende que existiera otra retribución por realizar ese mismo trabajo de asesoramiento. Presidente, vicepresidentes, secretario general, candidatos... todos señalados, marcados.

Las elecciones previstas para el 26 de febrero de 2016 no deben limitarse a elegir un sucesor a Blatter, sino que tienen que significar el cambio de rumbo que permita recuperar la credibilidad a la FIFA. Y eso con los nombres actuales, con los que han manejado el cotarro hasta ahora, no parece posible. Ya saben aquello de la necesidad no sólo de ser honrado, sino de parecerlo.

La FIFA, hundido Blatter, tocado Platini, que recibió a tiempo el chivatazo de que iba a ser sancionado y presentaba una hora antes de su inhabilitación la candidatura oficial a la Presidencia, debe acelerar el proceso de reformas para recuperar la estabilidad y la credibilidad. Y, además, debería abrirse a un candidato presidencial ajeno a lo que ha sido hasta ahora el máximo organismo del fútbol y su tufo corrupto.

La FIFA, el fútbol, no deja de ser una empresa que ha de ser gestionada con transparencia y honestidad. No puede limitarse a un simple lavado de cara, una operación de maquillaje. Es posible que lo de los Mundiales de Rusia 2018 y Qatar 2022 ya no tenga arreglo, pero sí que sean las últimas barbaridades.