A la vuelta de la esquina, en ese rincón de la ciudad donde muchos no se atreven ni a pisar, existen situaciones impropias del siglo XXI que vivimos ni del mundo occidental. La crisis allí no es coyuntural. Ni cosa de ciclos económicos. Es permanente. Como la lucha por salir de ella. Mucho esfuerzo y sacrificio invisible, oculto por el gran estigma que ensombrece la vida de La Palmilla. Tan cerca pero tan lejos, como ese anuncio que promocionaba en España el turismo en Portugal. La labor que realizan los profesores de los centros educativos de esta zona es encomiable. No solo con los niños, también con sus familias. Padres en muchos casos, más que meros maestros. Educadores en el más amplio sentido de la expresión, más que transmisores de conocimientos. La Palmilla se rebela contra su propia imagen. Desde hace unos años saca las clases a la calle para mostrar cómo las cosas van cambiando. Poco a poco. Y la conciencia de que la educación es la llave que abre las puertas del futuro va calando entre unos vecinos que no se resignan. Aunque hay de todo, como en botica. Padres que cumplen condena en prisión, escolares que viven con abuelos o tíos en un ámbito de nula disciplina o autoridad, absentismo y fracaso escolar -que no deja de ser un fracaso social- niñas que se quedan embarazadas demasiado pronto, enfermedades que ya deberían estar erradicadas, marginalidad y hambre. Hambre en la misma Málaga de los cruceros y de los museos. Por eso es aún más escandalosa la aparente pasividad de la Junta de Andalucía a la hora de completar su plan de garantía alimentaria (el conocido como SYGA) en estos centros de difícil desempeño. Un mes ha tardado la administración autonómica en llevar las meriendas a todo el alumnado, provocando así una doble discriminación que nadie entendía: unos sí y otros, en las mismas o peores circunstancias, no. Y seguían esperando. No puede ser casualidad que se repita la historia dos cursos seguidos, aunque el pasado fue aún peor, ya que los alimentos no llegaron hasta bien entrado el mes de enero, ya en el segundo trimestre. Las prioridades deberían estar mucho más definidas, en este sentido. Los niños deberían ser lo primero. Y estos antes. Las meriendas representan además una motivación extra para este alumnado, que va al colegio porque es donde se siente más a gusto, donde le dicen qué guapo o qué guapa, le preguntan si han dormido bien, les enseñan a peinarse o lavarse los dientes... Y los ríos, las cordilleras, las oraciones subordinadas, las cuatro operaciones matemáticas... Y que la vida requiere esfuerzo, constancia y entrega. Y así, cada año son más los que siguen sus estudios postobligatorios y hacen un grado universitario. Y su ejemplo tiene que ser tenido muy en cuenta.