En el centro de Málaga hay 409 terrazas. Una ardilla podría ir de mesa en mesa y cruzar todo el casco viejo, que en Málaga no se llama así porque está muy nuevo. No hay ardillas tampoco, así que quien la cruza es el que va de bar en bar, que a veces es ir de bar en peor. No siempre. Hay más sillas que personas. Más grifos de cerveza que abogados, más tapas de rusa que camisas blancas, más aceitunas que habitantes tiene Jaén. Nos gusta más el vermú que a un loro las almendras. Y los churros. Quien haya contado las terrazas habrá necesitado descansar al séptimo día, sin que eso necesariamente le haya hecho sentirse después como Dios. Las terrazas en Málaga no menguan por la lluvia. Salen más. Las terrazas del centro son casi la mitad de las que tiene toda la ciudad. No sólo está mal repartida la riqueza, la mala leche y la belleza. También las terrazas. Con tanta gente en las terrazas no sabemos si en los interiores habita alguien. La ciudad se muestra esplendorosa y floreciente, laboriosa y plagada de turistas que tienen una oferta más que apetecible si saben distinguir el grano de la paja y evitar hacer gasto por liebre. 409 motivos para la felicidad y la conversación, la tertulia y un balsámico café o un digestivo licor, un buen embutido, una exquisitez o un zurullo. Vuelan los platos de jamón y las comandas, el arroz, el vino, los callos y los caracoles, alcachofas con foie, la tortilla españolísima o la de sesos confitados. Magdalenas. Y pescaíto frito y ponte otra de boquerones, rubio. Las asociaciones empresariales dicen que no hay saturación y los socialistas que hay que cambiar el modelo. No sabemos si hay empresarios de hostelería socialistas. Ahí podría estar la síntesis. El número de terrazas se ha duplicado durante los últimos cinco años. O sea, las sillas y las mesas se aparean de noche y se multiplican y se cortejan y enamoran y van de un sitio a otro y donde antes había un solar baldío ahora hay culos malagueños y foráneos arreglando el mundo delante de un ajoblanco o picando con pericia un tomate huevo de toro. Tardaríamos año y pico en sentarnos en todas y cada una de las terrazas. Al llegar a la número 409 nos comunicarían que hay cien nuevas. La vida se nos iría llamando al camarero. 409 terrazas significan miles de boquitas pidiendo. 409 cajas registradoras. La libre competencia se abre paso y el turista trata de abrirse paso también en algunas calles. En este instante cien labios pronuncian una de las mejores y más felices frases que tiene la cotidianeidad despreocupada: «un mitad y un pitufo mixto». 409 sin contar el patio de mi casa. Que es particular.