El ‘piensa mal y acertarás’ es uno de esos refranes que nos ayudan a vivir sabiamente. Para eso alguien los ideó, como consejo o escuela de la vida misma. Pero no siempre se ha de pensar mal, no lo creo.

No creo que la juez Alaya haya sido apartada de la instrucción de los ERE por su conflicto con su compañera Bolaños, ni que la amistad de ésta con el consejero de Justicia de la Junta de Andalucía haya tenido nada que ver. Los hay malpensados, pero no me lo creo.

Tampoco me creo que durante la instrucción de los ERE el Juzgado 6 de Sevilla haya tenido déficit de funcionarios, ni de material, ni de fotocopiadora. Ni siquiera que por falta de estanterías haya tenido los archivos en el suelo. No me lo creo.

Como tampoco me creo que el presidente del TSJA, máximo tribunal andaluz que investiga a los aforados andaluces, cobre una ‘ayuda’ por alquiler de la misma Junta de Andalucía de 1.300 euros mensuales, no me lo creo. Y menos me creo que haya sido dicho tribunal el que, cuatro meses después de ratificarla, haya revocado la comisión de servicio que permitía a Alaya seguir investigando las macrocausas de corrupción en la Junta de Andalucía. Como tampoco me creo que haya habido corrupción. Era simple generosidad.

Tampoco me creo que desde la Junta de Andalucía se haya estado descalificando procesalmente a la juez Alaya mientras esta hacia su trabajo. Como tampoco es creíble que quien la ha sustituido al frente del Juzgado de Instrucción 6 de Sevilla, su compañera Núñez Bolaños, tuviera entre sus conocidos, según informó la propia juez Alaya al CGPJ, a un hermano del exconsejero Ángel Ojeda, uno de los principales imputados en el caso del fraude de la formación. No me lo creo, ni esto, ni que Ángel Ojeda hubiera cometido fraude en la formación. Como tampoco es creíble que el haber estado al frente de un juzgado de familia durante los últimos años sea un obstáculo para que la nueva titular del Juzgado de Instrucción 6 instruya con solvencia las macrocausas penales de los ERE o el fraude de la formación en Andalucía. No me creo que haya tanta diferencia entre una instrucción penal y un procedimiento de divorcio.

Hay quien opina, y no me lo creo, que cuando en alguna ocasión, ante las evasivas a responder aquello que se le preguntaba, la juez Alaya le decía a alguno de los procesados por los ERE aquello de «colabore de una puñetera vez y deje de hacer teatro»; el teatro no lo protagonizaban los interrogados en su despacho, el guion estaba escrito, a sus espaldas, y ella iba a ser, sin quererlo, la protagonista del esperpento.

Aunque Alfonso Guerra anunciara su muerte en 1985, Montesquieu no ha muerto, aunque a veces la política entre por la puerta de la justicia, y el Derecho, sabio como nuestro refranero, tenga que saltar por la ventana.