Las elecciones generales parece ser que serán el próximo día 20D. Pero a pesar de la contienda que se avecina y del tiempo histórico en el que nos encontramos, la izquierda (IU y Podemos, principalmente) continúa como la arena de la playa: como un conjunto de partículas disgregadas, que en función de su tamaño podemos diferenciar entre grano y grava. Están también los ecologistas, que sólo son por ahora limo. Sin embargo, a pesar de los intentos de estos últimos de armar una candidatura unitaria entre éstos y las izquierdas, no ha fraguado el afán para que entre todos sean arenisca, es decir, una roca consolidada compuesta por estas partículas en las que la ecología actúa como aglutinante. En el frente neoliberal (PP, C’s y PSOE) todos tienen la condición de grava.

Vuelve a repetirse como en el siglo XIX -pero en otro contexto- la disyuntiva libre comercio/proteccionismo y la primera de las opciones nos vuelve a prometer «pan barato y menores salarios», como ya ocurrió en 1846. Y creo -como explicaré después- que hoy ésta es una alternativa frente a la destrucción del medioambiente y el agotamiento de los recursos. Frente a la libertad comercial y la supresión de obstáculos para el comercio (tarifas arancelarias y no arancelarias, ayudas del Estado, incentivos, subvenciones de diversa índole, normas sanitarias) es necesario oponer los límites y la protección de la naturaleza. Y esto no sólo es una necesidad objetiva, sino que hoy es también una opción ideológica, ya que esto supondría el control del comercio exterior, el establecimiento de normas, de incentivos y de subsidios para promover que los actores económicos elijan soluciones favorables al desarrollo sostenible -término que lo entiendo en su acepción literal y conectada a los límites de la naturaleza- de manera que la actividad económica no entre en conflicto con las políticas de gestión de los recursos naturales, que he de recordar son bienes que tienen una naturaleza fideicomisaria, es decir, son recibidos y tienen que ser transmitidos para su disfrute por las siguientes generaciones en las mismas condiciones al menos.

Y a pesar de esta realidad y las evidencias abrumadoras que existen, la izquierda sigue anclada en la doctrina de la titularidad de los medios de producción y en la pelea por la redistribución de la riqueza sin más límites, olvidando que perdió la primera y sin tener en cuenta respecto a la segunda, los límites que impone la naturaleza y que sobre ésta se asienta la sociedad y con ella satisface sus necesidades. Y en este sentido la izquierda es tan productivista como la derecha, a pesar de las obvias diferencias que tiene cada una por la forma de entender este productivismo.

Ante ello surge impetuosa la cuestión del sentido de la lucha de la izquierda. La tesis planteada no quiere significar que esta lucha haya perdido su sentido, pues será mayor o menor en función del ámbito geográfico en la que se desarrolle. Pero contextualizando esta lucha en el ámbito planetario y ecológico actual, nadie puede negar que la misma se ha convertido en un problema de segundo grado, a pesar de la urgencia social que han impuesto las políticas neoliberales. Pues ha de partirse del hecho objetivo de que la pelea por la redistribución carece de sentido si no existe una base ambiental y de recursos naturales sobre la que se pueda plantear, pues la satisfacción de las necesidades humanas sólo se puede realizar si existe dicha base.

La tesis se confirma desde diversos puntos de vista. Ideológicamente, porque la lucha por la igualdad y la solidaridad propia del siglo XX, causante de la crisis ambiental, debe dar paso a la justicia y la equidad entre generaciones. En este contexto la redistribución queda sometida a los límites que impone el planeta, con las correcciones de justicia y equidad que resulten necesarias para reparar las desigualdades que ha producido el sistema capitalista entre el Norte y el Sur y dentro de cada sociedad. La prioridad no es elegir el grado de redistribución que queremos, sino decidir el grado de satisfacción de necesidades que podemos tener sin mermar la base de recursos de las generaciones futuras. Y esta bandera únicamente es enarbolada por la ecología política.

A pesar de todo ello, lo absurdo y triste es que la disputa en la contienda electoral del 20D seguirá estando centrada en la titularidad de los medios de producción y la redistribución de la riqueza, quedando fuera de la agenda política el asunto central de los límites de la naturaleza, la crisis ambiental y de recursos que padecemos. Y este escenario polarizado en los ejes: izquierda/derecha o arriba/abajo, da igual, favorece y posibilita el triunfo de las fuerzas guardianas del capitalismo neoliberal que ha introducido la época del agotamiento psicológico y ambiental.

La izquierda equivoca su estrategia, que carece de sentido cuando lo que está en juego es la existencia futura de recursos y la supervivencia está amenazada. Parafraseando a Errejón -una de las más lúcidas mentes de la izquierda- puede afirmarse que hoy ésta está perdida en el laberinto del cómo -sola, en confluencia o en concurrencia- en vez de estar atenta al qué -que vamos a hacer frente a la emergencia de los límites de la naturaleza debido a su hiperexplotación-. De esta manera la izquierda centrada en su intento de evitar su irrelevancia desdeña a la ecología política por su aún escasa presencia en España, por considerarla limo, sin darse cuenta de que éste es la tierra más fértil y que con esta actitud está torpedeando su recambio natural, dentro del cual ya ha quedado subsumida a pesar de la actual correlación de fuerzas entre ambas. La ecología política por tanto tiene que reclamar su papel -que es histórico- sin complejos y con desparpajo. Hasta el próximo miércoles.