Cuando Fede Palma, el speaker del Unicaja, pronuncia el nombre del entrenador del equipo local en el Carpena, el continuo aplauso relativamente monótono que se crea durante la presentación de los jugadores se convierte en una fuerte ovación. Plaza agacha la cabeza y sube las manos. Aplaude y agradece a la afición el reconocimiento. Y así llevamos ya un tiempo. Plaza y el Carpena se llevan bien, tienen una relación bonita. El entrenador, desde que se sentó por primera vez en la sala de prensa, no se ha olvidado ni una sola vez de recordar lo importante que es el impulso de los que van al Carpena. Es una mezcla entre discurso motivador y comercial que sumado a la convicción de Plaza al hablar resulta sumamente atractivo.

Hemos conectado, el Carpena y su entrenador son uno. Después de la salida de Scariolo en 2008 hemos estado lampando y sufriendo los años de Aíto o Repesa. Entrenadores con currículos inmensos pero que vinieron a Málaga a pasearse por los pasillos. Plaza es carismático, vehemente, cañero y, sobre todo, un trabajador del baloncesto. Eduardo García, el presidente, y su equipo han dado con la tecla. Por fin. Ya tocaba volver a ilusionarse y alegrarse con el basket. Esos años de ser comparsa y llorar por no estar entre los ocho mejores de España ya pasaron. Quizá no todo, pero mucho mérito es de Joan Plaza, de su forma de trabajar y, sobre todo, de su manera de comunicar. El basket le acompaña este año, por supuesto: un Kuzminskas estratosférico, Dani Díez con ganas de agradar o un Will Thomas infinitamente más en forma que el año pasado. La plantilla, con el director de orquesta, ilusiona. Disfrutemos de estos dulces momentos que volvemos a tener, soñemos con cotas tan interesantes como antaño. Bien por Plaza, bien por el club. A seguir creciendo.