Al fin una buena noticia para Rajoy: se va Rosa Díez. Más bien la jubilan. Después de 36 años en primera línea política no se presentará más mientras su partido (UPyD) naufraga y pierde lozanía. O sea, a Lozano, que se ha ido al PSOE. Ya tiene mérito tirarse 36 años tratando de pasar por nueva en política. Por política no profesional. Díez se despidió con la lengua afilada y diciendo a Rajoy «que miente cada vez que habla. Comenzó la legislatura mintiendo y la va a acabar mintiendo». Es obvio que aunque el presidente del Gobierno no fuera muy amante de la verdad, la aseveración de Díez, tan total, es en parte mentira forzosamente.

Hubo sesión de control al Gobierno. O al jodierno, como lo llaman algunos poetas cachondos ya con la llegada de la caída de las hojas de los árboles y los tonos grises de la tarde. Fue un pim pam pum de apenas veinte minutos. Crispado. Ágil. Faltón. Plagado de invectivas. Sin una idea útil. Rajoy y Díez se detestan de un modo ejemplar y estudiable. El líder del PP, vistosamente enojado, le deseó no obstante con cierto temple que fuera más humilde en su futura vida, cosa de la que la política vasca no tomó nota, obviamente. Hay vida después de la política y Rosa Díez se dispone a comprobarlo. Pedro Sánchez también le dio lo suyo al presidente del Gobierno, que bendecirá la hora en la que, ayer, se acabaron las sesiones de control al Gobierno. La próxima vez que la Cámara se reúna estarán en ella Albert Rivera y Pablo Iglesias. Eso es seguro. La incógnita es quién de los dos tendrá más compañeros. O cuántos serán los compañeros de cada uno. Iglesias gasta un bajitono de voz como anglo, que no obstante exhala una chulería muy a la española. Le dijo al líder del PSOE que lo apoyara después de las elecciones «para cambiar España».

Unos quieren trocear España y otros quieren cambiarla. Qué manía en fijarse en el territorio y no en las personas. Para abonar el debate sobre lo que ha sido la legislatura y acerca de lo que viene, Felipe González dijo ayer en un foro económico (ahí no le pitan) que «se prevé un Parlamento fragmentado. A la italiana pero sin italianos». González concede a los transalpino un poder de entendimiento que hurta a los íberos, que nunca han tenido pentapartidos afectos al jaleo pero sí Berlusconis, que más que un país aquí han gobernado ayuntamientos y hasta comunidades autónomas. Bullían los despachos de cañas y croquetas en los alrededores del Congreso.