Acabo de ver en mi blog favorito, el que hace posible el talento y la creatividad de una admirable «grande dame» madrileña, una espléndida referencia a uno de los grandes hoteles de este sorprendente planeta en el que vivimos: el prodigioso Bayerischer Hof de Munich. Conozco bien esa casa. Y he pensado que su historia sin duda interesará a los lectores de La Opinión de Málaga, una de mis instituciones preferidas.

La historia del Bayerischer Hof, ese fascinante hotel de Munich, comenzó en 1839. El Rey de Baviera, Luis I, deseaba un hotel de gran clase, a la altura de la capital de su reino y digno de albergar a la nobleza y a una distinguida clientela internacional. Puso manos a la obra un importante personaje local, el «Reichsrat» Joseph Anton von Maffei. Compró un edificio en la elegante Paradeplatz muniquesa. Dos años más tarde el nuevo hotel abría sus puertas. El soberano estaba encantado con el Bayerischer Hof. Como muestra del favor real, solía bañarse dos veces al mes en la Suite Real del hotel. Prefería las instalaciones de aquel espléndido y moderno cuarto de baño a las del suyo en palacio.

En 1897 adquirió el Bayerischer Hof el hotelero Hermann Volkhardt (1851-1909), propietario del Hotel Fürstenhof. Pagó la respetable suma de tres millones de marcos de oro. Herr Volkhardt emprendió un ambicioso plan de reformas y mejoras en su nuevo hotel. Entre ellas, la instalación de un nuevo invento - la electricidad - en todas las dependencias. Deseaba que el hotel fuera la residencia perfecta para una clienta muy especial: la emperatriz Elisabeth de Austria, a la que recordamos como «Sissi». Herr Volkhardt había confirmado a la Casa Imperial en Viena la reserva anual de dos pisos del hotel para la ilustre dama y su séquito. Pero ese mismo año, el 10 de septiembre de 1898, la Emperatriz fue asesinada en Ginebra por un anarquista italiano.

Las consecuencias directas para la economía del hotel de esta terrible tragedia fue la pérdida de unos ingresos anuales de 60.000 marcos de oro. La capacidad de Herr Volkhardt para navegar con éxito en tiempos complicados fue puesta a prueba, ya que las deudas de la anterior propiedad pesaban sobre la buena salud financiera del hotel. Pero el tesón y el buen hacer del ya prestigioso hotelero no solo consiguieron superar estas dificultades. En 1901 adquirió varias propiedades colindantes con su hotel. Éste ya se extendía sobre una parcela de 5.000 metros cuadrados. El fallecimiento del fundador de la dinastía el 24 de diciembre de 1909 pasó las riendas del Bayerischer Hof a su segundo hijo, Hermann Volkhardt. Digno heredero de las proezas empresariales de su padre, se había formado en los más prestigiosos hoteles de la época. En la familia se le conocía como «el diplomático». Y fueron esas habilidades las que permitieron al hotel sortear con éxito las turbulencias de la primera mitad del siglo XX. Que empezaron con el estallido de la Primera Guerra Mundial y sus complejas consecuencias para Alemania y el antiguo Reino de Baviera.

La recesión económica mundial y la devastadora hiper-inflación alemana no fueron obstáculos para las mejoras y el mantenimiento impecable de aquella casa, una de las mejores de Europa. La llegada al poder de Adolf Hitler y el partido nazi les puso de nuevo a prueba. Los nazis bávaros querían que el Bayerischer Hof se convirtiese en un hotel para los invitados y los peces gordos del partido. El propietario del hotel se negó, horrorizado. Y el establecimiento siguió en manos de la familia Volkhardt.

En el penúltimo año de la Segunda Guerra Mundial, en la noche del 24 al 25 de abril de 1944, el hotel fue totalmente destruido por un bombardeo de la aviación aliada. Hermann Volkhardt se limitó a decir la mañana siguiente, mientras contemplaba aquel desastre : «Reconstruiremos el Bayerischer Hof. Y será más bello que nunca». Y así se hizo. Al día siguiente fue a ver a su hijo Falk. Tenía 19 años. Estaba en un hospital militar, recuperándose de las heridas sufridas en el campo de batalla. Le dijo que el hotel había sido pulverizado por las bombas. El joven Falk le aseguró a su padre que podía contar con él. Y que por supuesto saldrían adelante.

Unos meses después de que terminara la guerra, Falk Volkhardt hizo un milagro. Pudo abrir el 22 de octubre de 1945 en las ruinas del Bayerischer Hof un pequeño restaurante. El único que existía en ese mar de ruinas y miseria que había sido la esplendorosa capital de Baviera. Aprovecharon lo que había quedado del salón más importante del hotel: el Spiegelsaal. El paso siguiente fue restaurar siete habitaciones. No tenían calefacción y las ventanas daban a un dantesco mar de escombros y ruinas. Pero poco a poco Falk Volkhardt fue devolviendo la vida a su hotel. En 1959 el joven hotelero compró su parte a sus hermanos. Fue una buena decisión. El hotel funcionaba perfectamente y el único problema era poder atender la fortísima demanda de habitaciones. De nuevo se podía decir que el Bayerischer Hof era una gran hotel. En 1962 Falk Volkhardt contrajo matrimonio con Erika Spranger. Tuvieron dos hijas: Innegrit y Michaela.

Y en 1969 se produjo el gran acontecimiento. La compra al Estado del Palais Montgelas, el palacio colindante que fuera la residencia de los condes de Montgelas y uno de los más bellos edificios históricos de Munich. La combinación del hotel, ya centenario, con su vecino, un maravilloso palacio neoclásico fue la gran sensación del Munich de los años setenta. A principios de los noventa y por motivos de salud Falk Volhardt decidió pasar el mando a su hija Innegrit.

En la actualidad la cuarta generación de esta ilustre familia sigue llevando el timón de uno de los grandes hoteles europeos: el Bayerischer Hof y Palais Montgelas. Un hotel donde no se baja el listón de la excelencia ni un solo minuto. Un hotel diferente al que todos desean poder imitar y que solo unos pocos lo consiguen. Pero lo más importante de esta casa son las lecciones que la historia de este espléndido gran hotel nos sigue dando hasta el día de hoy. Entre ellas su lucha contra la adversidad. Y que culmina con su mayor motivo de orgullo: el hotel, que va camino de cumplir los 176 años, sigue dando prestigio a Munich y a Alemania y sobre todo sigue dando empleo estable y de calidad a 670 excelentes profesionales, la gran familia del Bayerischer Hof.