Ya no se habla tanto en Alemania ni en otros países europeos de Wilkommenskultur, de lo que debía ser la nueva «cultura de bienvenida» a los refugiados que, huyendo de la miseria y de la guerra, llaman con insistencia a las puertas de Europa.

Angela Merkel, esa inverosímil «madre Teresa», como la calificaron en su entusiasmo inicial algunos medios germanos, ha terminado rindiéndose al cálculo político de la coalición que preside. Y los buenos sentimientos han ido dejando paso a la fría razón económica.

Ahora se habla de filtrar a los solicitantes de asilo lo más lejos posible del corazón de Europa, en un país islámico como Turquía, a la que estarían dispuestos algunos gobiernos europeos a hacer ciertas concesiones en materia de visados además de ofrecerle una sustancial ayuda económica para que se ocupe de sirios, afganos y todos los demás.

Y se habla al mismo tiempo de devolver a los países de donde salieron a los llamados «emigrantes económicos» y sobre todo a quienes provienen de países que Bruselas y Berlín consideran seguros, es decir donde no están expuestos al parecer a otra violencia que no sea la puramente económica.

Mientras tanto, destacados economistas como Hans-Werner Sinn, del instituto alemán de investigaciones económicas IFO, se dedican a poner cifras a los inmigrantes, a esos 800.000 que esperaba inicialmente Alemania en un año.

Ese número de inmigrantes en un país de algo más de 81 millones de habitantes le costaría a éste, según calcula Sinn, 10.000 millones de euros al año, cantidad que podría ser algo menos en cuanto se los integrase y comenzasen a pagar impuestos.

Alemania necesita corregir urgentemente su pirámide de población, demasiado regresiva actualmente, es decir con una cima demasiado ancha en relación con la base, y ello sólo será posible en las circunstancias actuales con una fuerte y constante inmigración.

Sinn calcula que si se tratase tan sólo de mantener de aquí a veinte años el nivel actual de ciudadanos de más de 65 años en relación con los del grupo de edad de entre 14 y 65, harían falta 32 millones de inmigrantes.

Pero resulta imposible acoger una cifra tan alta si Alemania no quiere renunciar a su identidad y sus valores, por lo que la única solución, según argumenta Sinn en declaraciones al semanario Die Zeit, es prolongar la vida laboral para todo el mundo. Y ello sin renunciar a un nivel de inmigración razonable.

Claro que Sinn se muestra en ese punto selectivo y explica que, como hacen otros países no europeos, Alemania debería dotarse de «un sistema de puntos en lugar de confiar en que nuestro Estado social vaya a atraer siempre a la gente más idónea».

El economista alemán no se anda con rodeos y explica lo que ya muchos intuíamos desde el principio: los inmigrantes van a presionar los salarios a la baja.

Al menos entre los trabajadores menos cualificados, como ocurre ya en Estados Unidos, donde los salarios reales de ese grupo están prácticamente estancados desde hace ya varias décadas porque continuamente llegan a ese país desde México y otras partes inmigrantes sin ninguna o apenas cualificación.

Sinn es un economista fuertemente conservador y aprovecha la actual crisis de los refugiados para arrimar naturalmente el ascua a su sardina.

Y así sostiene que sólo podrá integrarse en el mundo laboral a ese ejército de reserva que ahora llega bajando los costes salariales en general.

¿Cuál es entonces la alternativa? Bien se rebaja el salario mínimo para todo el mundo, bien el Estado subvenciona parte de ese salario, o, como tercera opción, se excluye del mismo sólo a los inmigrantes.

Sinn no oculta su preferencia, ni la del instituto económico que preside, que no es otra que rebajar el salario mínimo y complementarlo siempre que haga falta con un complemento a cargo del Estado.

Ante la objeción de que así se beneficiarían sobre todo las empresas al ahorrarse gastos salariales, que pagarían todos los ciudadanos, el presidente del IFO explica que éstos tendrán que pagar en cualquier caso.

La pregunta es, dice, si subvencionamos desde el erario público a gente que trabaja o mantenemos a simples ociosos, lo que dificultaría todavía más su integración. Como siempre, las empresas, o mejor, su accionariado, saldrá ganando.