La ética no tiene un código de barras. Nadie la trae impresa a la altura de la cintura. Tampoco detrás del hombro izquierdo. Ni siquiera en la suela de sus zapatos sociales. Como no tiene fecha de envasado no es necesario señalar la de su caducidad. La ética es una conducta que se aprende y que se adiestra. Lo mismo que a un espía, que a un banderillero o que al hombre del Siglo XXI. Tres maneras diferentes de ser y de moverse como un buen gato, y de no quedase desprotegido en las calles. Igual que sucede en Málaga con los dos mil felinos romanos que nadie quiere tener como compañía. Ni en las oficinas y salones de las ciudades diplomáticas, donde los agentes secretos prestan los peligros de su servicio a prueba de huellas, ni en las casas y alcobas en las que el hombre del siglo XXI (banderillero, espía, fontanero o profesor de filosofía en paro) tiene que evitar el riesgo de caer en el viejo modelo masculino de refrenar las emociones, perseguir la autosuficiencia, el egocentrismo del éxito, la homofobia y separar la veloz fuerza bruta del sexo de la alargada intimidad seducida por las caricias.

Hace tiempo que los estereotipos masculinos de antes ya no valen. Según el psicólogo Roland Levant, el hombre actual está abocado al conflicto entre una tradición que le pide que sea dominante y una realidad que no tolera la deidad inexorale del macho, ninguna violencia desatada o borrosa. Lo explica perfectamente en las páginas de su libro Reconstruir la masculinidad. Lo mismo sucede con el espía. Tener formación militar, una innata capacidad de seducción, buscar el protagonismo individual, lucir esmoquin con coquetería y saber conducir cualquier tipo de posible vehículo en los riesgos de la huida o la persecución han dejado de ser prioridades. El nuevo Centro Superior de Información para la Defensa (sus siglas son CNI), al igual que las mal interpretadas chicas Bond que siempre fueron profesionales de rango, independientes, sagaces y escurridizas, priman más que su servicio de inteligencia masculino sea discreto, honrado, humilde y con espíritu de cuerpo. Atributos recogidos en un código de ética que los 3.500 agentes españoles pueden consultar, desde el pasado 12 de octubre, en una página web que no se autodestruye una vez descifrada la lectura de su mensaje.

Aparte del creciente acoso a la tauromaquía, que amenaza la desaparición de la Fiesta Nacional, no se sabe a pie juntillas qué otras demandas tiene el oficio de banderillero, pero es evidente que se tendrán en consideración dentro del Título de FP que pretende imponer el Ministerio de Cultura, cuyo nombre del títular, Íñigo Méndez de Vigo, suena por cierto a rejoneador, dicho sea con todos los respetos. Lo que sí está claro es que sería más conveniente dedicar los recursos públicos a la formación de analistas de inteligencia o de traficantes de información leales y con afán de superación, como desea el general Félix Sanz Roldán, director del CNI. O que teniedo en cuenta que no dejamos de americanizarnos a diario, con sus hábitos más nocivos y ajenos a nuestra cultura, también podria crearse un máster sobre qué significa ser un hombre en la actualidad. Michael Kimmel, fundador y director del Centro para el Estudio del Hombre en la Universidad Stony Brook de Nueva York, no lo ha dudado. Ser un hombre moderno requiere un máster. Las clases abordarán cómo hacer frente a la familia, al trabajo o a la sexualidad y las causas por las que cuatro de cada nueve varones aseguran que es más difícil ser un hombre ahora que en la generación de sus padres. Especialmente en lo relacionado con cobrar un salario inferior al de la pareja (un 72,8%, frente al 47,8% femenino) y a lo que sucede entre las sábanas donde también se observan movimientos pendulares. Del desinterés por el placer femenino se ha pasado al miedo a no dar la talla y a la popularidad de libros como Ellas llegan primero de Ian Kerner, destinado a que los hombres proporcionen a las mujeres orgasmos de forma infalible.

El nuevo hombre anda buscándose desde mayo del 68 y la ley del divorcio. Desde entonces no ha conseguido aprobar la asignatura pendiente de entender la igualdad y la inteligencia emocional del cerebro femenino. De septiembre en octubre ha pasado por la insuficiente fase del 70/30% en el reparto de responsabilidades domésticas, y la de las cremas antiarrugas y calzoncillos de marca que la publicista Marian Salzman acuñó en 2003 con el término metrosexual, personificado en el futbolista David Beckham. Diez años después, ella misma definió como übersexual el nuevo prototipo de hombre más preocupado por las relaciones humanas que por su propia imagen, que se cuida y se viste bien por sí mismo, no por lo que digan las modas. Lo último en etiquetarnos es el término knowmand con el que John Moravec cataloga al hombre creativo e innovador que busca acceder a la información y procura utilizarla abierta y libremente. Una persona formada en muchos campos, con una amplia perspectiva, siempre conectando a personas y organizaciones, capaz de desenvolverse en distintos entornos, de desaprender rápidamente y sumar nuevas ideas, y que puede trabajar desde cualquier lugar del mundo.

Está claro, el nuevo modelo laboral ha cambiado. El social lo hace más lentamente, aunque hay signos esperanzadores. El censo de EE UU refleja que uno de cada tres hombres, cuya esposa trabaja, cuida a diario de sus hijos, en comparación con uno de cada cuatro hace una década. La mitad asegura que el reparto es equitativo, en comparación con un 41% en los años noventa. En España es otro gallo el que, con más ronquera, todavía nos canta.

Estaría bien que el CNI enviase a Nueva York a un buen agente para que espiase la eficacia del máster y que, a la vuelta, en lugar de banderilleros, en FP y en la escuela formasen personas, normales, buenas y trabajadoras. Como dice mi amiga Paqui Cantero, eso es lo que importa realmente. En el siglo XXI y en el que venga. Eso y que los gatos no dejen de ser animales de compañía.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

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