El discurso de Felipe VI en el acto de entrega de los premios Princesa de Asturias 2015 me parece modélico en fondo y forma: ha dicho lo que la mayorìa de los españoles pensamos ante el secesionismo catalán y ha sabido decirlo con las palabras más claras y menos hirientes para los involucrados en el proceso, que aún son españoles pese al propósito de no serlo. Los errores que han dado músculo a la voluntad separatista están en las dos partes del muro levantado sobre la emoción y el sentimiento, que es el error caudal, la anomalia injustificable, como bien señala el rey. Es el resultado, sobre todo, de un lenguaje inepto. equivocado, que atribuye en exclusiva a la polìtica y los políticos lo que estos han fomentado como colaboradores necesarios, pero ya no podrían parar aunque quisieran. Ellos, no.

La palabra es la médula de la vida en común y de todos los proyectos de presente y futuro. Cuando llega el momento de preguntarse en que se ha fallado, donde está el error, es inevitable reconocer las quiebras del lenguaje, sin subestimar cualesquiera otras. Probablemente nadie es inocente en estas desviaciones, porque la presión social se basta sola, sin incentivos polìticos ni ideològicos, para radicalizar las tomas de conciencia y de posiciòn ante los problemas de alcance general. Pero llega el momento en que la argumentación polìtica y económica sucumben a la fuerza de las emociones, y es entonces cuando entendemos haber hablado de más, amenazado cuando convenía desdramatizar y llevado a niveles irresolubles un problema más subjetivo que político. Una subjetividad cuyo poder se ha hecho abrumador.

Es obvio que nadie quiere ser culpable de la ruptura del país. La derecha que nos gobierna se autodefine de liberal pero incumple principio filosófico de Adam Smith, padre del liberalismo: «el hombre es un aminal que negocia». Negociar es inviable con la negativa sistemática y la atribución de cargos y culpas (desgobierno, caos financiero, corrupción...) a los políticos que creen conducir la causa separatista cuando son empujados por ella y pueden verse desalojados por su propia base social, no mayoritaria, pero casi. Los que crean que la palabra aún puede detener la altura del muro emocional, deberán copiar las del discurso del rey en Oviedo. Si aun es tiempo de hacerlo, sin perderse en la amenaza o el acoso a unos lìderes meramente instrumentales, que lo hagan y negocien con luz y taquígrafos todo cuanto sea negociable y un poco más. Felipe VI les ha enseñado el lenguaje en el discurso más grave y esperaqnzador de cuantos ha hecho en la cita panetaria de convivencia y concordia que son los premios desde ahora titularizados por su hija y heredera.